Desindustrialización: reflexiones académicas para la transformación presente y futura
Crédito: Diario Concepción
La instrumentalización de la producción y su vínculo con el trabajo han sido elementos centrales en la concepción occidental del desarrollo, pero también han planteado desafíos éticos, sociales y ambientales.
La desindustrialización es un fenómeno que ha venido ocurriendo con cierta frecuencia desde los años 70’ donde la turbulencia económica a nivel mundial tuvo sus raíces en una serie de factores complejos y entrelazados que detonaron una seguidilla de cierres industriales. La crisis petrolera, la inflación, el crecimiento de deudas externas, por nombrar solo algunos de los factores económicos y políticos que llevaron al quiebre no solo de la industria, sino que también de comunidades del trabajo.
Esta crisis económica, ha exigido una revisión crítica y profunda sobre los discursos del desarrollo y progreso, los que derivan de la ciencia moderna y la tecnología.
La instrumentalización de producción y su fuerza productiva vinculada al trabajo tiene un impacto a la vida humana cuyo origen se sitúa en el modelo occidental. En este sentido, revisar la teoría frankfurtina y su radical crítica del modelo económico y social moderno, sigue siendo una importante propuesta de superación al pensamiento y modelo occidental.
Los cierres industriales parecen constituir un conflicto constante, donde las comunidades del trabajo siempre están siendo afectadas, por las decisiones que generan las esferas de poder.
Estudios de la memoria, de la desindustrialización y de patrimonio crítico, nos alientan a comprender este proceso como una oportunidad de generar no solo una crítica al sistema económico y político asociado a las industrias, su impacto a las comunidades y al medio ambiente, sino que también abren posibilidades para volcar el desarrollo económico hacia un desarrollo social, situando a las comunidades en el centro. Esto es lo que denominamos “transformación industrial”, donde el cese de una actividad no inhabilita su transformación hacia otros desarrollos, los que buscarán ser más sostenibles y sustentables en el tiempo.
Sin ir más lejos, en octubre del año 2023, se realizó un importante congreso en Concepción sobre Patrimonio Industrial, Cuestión social y desafíos para la nueva gobernanza, gracias a un programa financiado por el Gobierno Regional del Biobío. Participaron expertos Nacionales e internacionales provenientes de Indonesia, India, Nepal, Egipto, Alemania, España, Francia, Cuba, Brasil, México, Uruguay, entre otros países quienes expusieron los últimos procesos de transformación vividos en sus territorios, aportando con importantes recomendaciones técnicas para la región, dado que el programa contó con visitas técnicas a Lota, Tomé y San Rosendo. Lo que además puso a la región del Biobío y Chile en las esferas especializadas de estas materias.
Tenemos la experiencia de la “desindustrialización/transformación” en Chile y el Mundo, donde el cese industrial ha provocado importantes brechas sociales, dejando a la esfera de los de “abajo” a la deriva de las decisiones de los de “arriba”, pero también experiencias mixtas de trabajo conjunto con interesantes resultados.
El avance de las reflexiones críticas al respecto ha permitido a las ciencias humanas la superación de importantes desafíos teóricos que nos instan a pensar en un giro epistemológico profundo. Como, por ejemplo, el giro decolonial, el que en definitiva plantea la importancia de la crítica al sistema económico occidental y sus derivaciones, dado que sitúan a los países colonizados en la “periferia”, subyugado su aporte a la extracción de materias primas, donde el progreso parece estancarse a los requerimientos del mercado que lidera las “innovaciones”, no siendo necesariamente parte de éstas.
Como países del hemisferio sur, no hemos más que aportado a este sistema, a costa de un sinfín de brechas sociales y procesos que, si bien han generado un sistema de vida en torno a la cultura del trabajo, esto no siempre se ha traducido en una mejora permanente a la calidad de vida de las personas.
Incluso cuando se logra instalar la narrativa de desarrollo, sostenibilidad y estabilidad económica, ésta no termina por consolidarse plenamente, porque el mercado no es, en sí mismo, estable. Esto se ha traducido en los declives y cierres industriales.
La región del Biobío es una de las regiones donde la cultura del trabajo hace parte importante de la identidad regional. Esto quiere decir, que la gran mayoría de sus habitantes tienen algún grado de vinculación con la industria, ya sea desde sus memorias e historias familiares, como la propia actividad laboral. Fuimos, somos y seguiremos siendo gente trabajadora.
La paralización de las actividades de la siderúrgica Huachipato nos sitúa en un nuevo desafío el que debemos mirar más allá de la contingencia obligándonos a revisar nuestra historia regional de la desindustrialización. La cual ha estado marcada por dolorosos cierres industriales, dejando a la comunidad del trabajo a la deriva del sistema neoliberal. No es un ejercicio fácil de resolver para ninguna de las esferas, no obstante, se vuelve imperativo entender estos procesos desde una perspectiva más amplia.
En la actualidad las reflexiones teóricas han evolucionado para su operacionalización práctica desde enfoques interdisciplinarios, los avances tecnológicos, en las telecomunicaciones, la consolidación de redes de cooperación internacional, estudios comparados y de colaboración, entre otros, nos sitúan en un escenario favorable para enfrentar este nuevo proceso.
Como humanidad, estamos encaminándonos hacia el desarrollo de economías circulares y «verdes». Estas economías no solo buscan minimizar el impacto ambiental de nuestras actividades económicas, sino también restaurar y preservar los recursos naturales para las generaciones futuras. Es imperativo avanzar hacia un modelo económico más sostenible y equitativo, dando también circulación económica a los espacios que han cerrado sus actividades industriales. En estos espacios “disponibles” deben gestionarse planes que permitan su disposición a nuevos “desarrollos” que no olviden las memorias de la cultura del trabajo por su importante contribución, y que se transformen a sí mismos, mitigando con ello el impacto de la cesantía.
La cultura del trabajo es también flexible, está dotada de todas las herramientas y el conocimiento empírico para seguir colaborando hacia la transformación de una economía sostenible y sustentable. Reconocer ese valor y ductilidad de nuestra gente trabajadora, hace parte de re-integraciones laborales con otros enfoques, asumiendo otros desafíos.
No permitamos que estos edificios industriales, la sabiduría de sus trabajadores y trabajadoras se reunifiquen, sino más bien apuntemos hacia una transformación positiva, esto exige ver el problema como una gran oportunidad de integrar incluso, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la agenda 2030.
Hago un llamado a las universidades, al servicio público, a las comunidades trabajadoras y sindicatos, a la empresa privada a atender con diálogo, creatividad y profundidad estas materias, a conocer los modelos agonísticos donde la transformación industrial, son una vía robusta, válida y altamente competitiva, cuando las voluntades se aúnan en un desarrollo colaborativo y solidario.
Esto tiene que ver con pensar en conjunto, con escucharnos, con entender a que la única ruta real de un desarrollo sostenible y sustentable, la hacemos todos y todas en su conjunto. Somos y seguiremos siendo un país rico tanto en recursos naturales, recursos económicos y recursos humanos, ahora dependerá de cómo ponemos a dialogar a las diversas esferas, sin necesariamente buscar consensos, sino que más bien espacios de desarrollo flexibles, libres, coordinados y organizados, donde todas las partes puedan dar y recibir.
Existen un sinfín de herramientas y ejemplos de planes exitosos y fracasados de reconversión laboral, investigaciones doctorales, publicaciones, experiencias de transformación industrial e incluso de reindustrialización en todo el mundo, desde donde encontrar inspiraciones.
Recojo el valor de nuestra gente. Trabajadores y trabajadoras industriales, pero también académicas y académicos, personas que se sitúan en el servicio público que se esmeran en generar transformaciones positivas, privados que desean seguir las líneas del desarrollo económico bajo las nuevas exigencias de sostenibilidad y sustentabilidad. Lo primero está en reconocer el valor de nuestra gente, la que en su gran mayoría tiene especializaciones, muchas de las que el mismo estado de Chile ha financiado, desde CONICYT y ahora desde ANID.
La transformación la hacemos todos, desde el respecto y el reconocimiento mutuo. Los invito a mirar nuevamente a Huachipato, su ubicación estratégica interconectando comunas y recursos naturales a la ciudad, sus edificios, sus laboratorios, sus oficinas, pero por sobre todo a sus trabajadores. Si se determina que definitivamente no se puede trabajar el hierro en ese lugar, seguro podremos generar otras actividades mucho más amables con el medioambiente y motivadoras, ahora de la mano con la comunidad del trabajo, no será fácil, pero ya no están solos y existen experiencias previas de las que podemos aprender y co-construir un presente y futuro.
Columnista
Dra. María Esperanza Rock Núñez
Miembro del Claustro académico Doctorado en estudios del hemisferio Sur
FAUG, Universidad de Concepción
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