Crédito: Archivo DirCom
Durante meses cargamos presiones, pendientes y expectativas que llegan a diciembre, creando la ilusión de que todo debe resolverse antes del 31.
Cada diciembre ocurre algo que ya normalizamos en Chile: la sensación de estar corriendo una carrera que nadie anunció, pero que todos sentimos la obligación de completar. Entre cierres anuales, evaluaciones, balances, actividades escolares y celebraciones familiares, el fin de año se convierte en un territorio fértil para el estrés y la autoexigencia desmedida.
Desde la psicología, sabemos que esta época activa un fenómeno particular: el “efecto acumulación”. Durante meses cargamos presiones, pendientes y expectativas que llegan a diciembre, creando la ilusión de que todo debe resolverse antes del 31. Esa percepción genera un estado persistente de alerta que tensiona el cuerpo y la mente.
En este mes también surge la culpa por no llegar a todo, por no cumplir con todas las invitaciones, por no tener la energía que quisiéramos, por no sentir la “alegría” que socialmente se espera de estas fechas. Permanecer en un estado constante de alerta genera en el cuerpo resistencia y, al mismo tiempo, agotamiento sostenido, lo que se transforma en un factor de riesgo para distintas enfermedades físicas y mentales. Diciembre se vuelve tan exigente que incluso el descanso parece convertirse en una tarea pendiente, cuando en términos de estrés, descansar no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es una forma de productividad y de cuidado indispensable.
La presión también se amplifica en los hogares. Para muchas familias, las celebraciones requieren coordinación extra, gastos que generan tensión económica, manejo de expectativas y fricciones relacionales que se intensifican cuando todos están cansados. La demanda social por “cerrar bien el año” muchas veces oculta un malestar profundo: no estamos diseñados para sostener ritmos sin pausa.
Frente a esto, es importante bajar la exigencia y volver a lo esencial. Algunas recomendaciones claves para transitar estas semanas: renunciar a la idea de perfección, establecer límites realistas, reconocer las emociones sin juzgarlas. Y por último recordar que el año no se evalúa en un mes, diciembre no define nuestro valor ni nuestro desempeño.
El fin de año puede ser un espacio de cierre y reflexión valioso, pero sólo si lo transitamos con conciencia y amabilidad. No estamos obligados a rendir por encima de nuestras capacidades ni a sostener la sobreexigencia que la cultura impone. La salud mental también se cuida desacelerando, eligiendo dónde poner la energía y permitiéndonos descansar sin culpa.
Columnista
Nerkis Fuentes Dominguez
Psicóloga clínica, UAPPU Universidad de Concepción
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