Desigualdad en Chile: el punto de partida de los problemas sociales
Crédito: Wikimedia Commons
Dos destacadas académicas de la Universidad de Concepción y uno de los investigadores del PNUD autor del libro «Desiguales», analizan la raíz de la que muchos se atreven a nombrar como la mayor movilización social en la historia de Chile.
Nuestro país lleva más 50 días bajo una movilización social persistente. Cuando hay jornadas en las que parece que disminuye, al día siguiente recobra un mayor vigor, impulsado por una ciudadanía que clama a gritos por un país más justo. Una de las consignas más vociferadas dice relación con la igualdad que se pretende y está en lo correcto. Todos los índices de medición comparativos a nivel internacional sitúan a Chile como uno de los países más desiguales del mundo.
Cecilia Pérez Díaz, académica del Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Concepción, aporta algunas consideraciones al respecto: “Chile es un país desigual hace mucho tiempo. De hecho, nosotros podríamos remitirnos a la década de los setenta, básicamente a la dictadura militar y a la imposición del modelo constitucional, económico y social, que cambiaron radicalmente las reglas del juego en Chile. Si uno mira las cifras de la situación social en Chile —las estadísticas oficiales incluso—, nuestro país a fines de los años sesenta y principios de los setenta tenía estándares de bienestar y desarrollo social mucho más estables que los que hemos experimentado después de ese tiempo hasta ahora”.
Por su parte, la profesora Paulina Benítez Molina, que se ha dedicado a trabajar en la desigualdad educativa, así como en la desigualdad de ingresos en el país, ahondando en los resultados de la estrategia del modelo chileno en el largo plazo, afirma que “ahora estamos cosechando los resultados de esa estrategia de modelo que se implementó hace más de 40 años (1975)».
Sus conclusiones acerca de la distribución del ingreso hacen referencia a que “el núcleo del modelo de desarrollo chileno es el crecimiento económico; el crecimiento económico iba a distribuir esa riqueza en la población, lo que se conoce como chorreo o derrame. ‘Hagamos crecer la torta, porque si la hacemos crecer a usted le va a tocar más’. Eso lo decía un ministro de Pinochet, Léniz, que explicaba por la televisión a todos los chilenos, nos moldeaba y acentuaba esa idea y hasta el día de hoy es así”.
Pérez, en tanto, quien fue ministra de Mideplan en el gobierno de Ricardo Lagos, coincide en el análisis. “Creo que hay una inflexión muy importante con la imposición del modelo neoliberal en lo económico, pero que básicamente trasuntó todas las reglas del juego en el país: convirtió a Chile en un Estado pequeño y residual en lo social. Esto fue explícito, institucional y jurídicamente establecido desde la Constitución hasta el acoplamiento que Chile hizo en forma muy ortodoxa de las reglas del Consenso de Washington en materia económica, de liberalizar totalmente la economía, de promover las inversiones extranjeras sin mayor regulación, de reducir el gasto social, de implementar exenciones tributarias; es decir, todo un conjunto de medidas macro y microeconómicas que permitieron el desarrollo de la iniciativa empresarial privada en lo económico, pero además constituir cuasi mercados en lo social”.
Se privatizó la educación y se estableció la subvención, lo mismo pasó con la salud, y lo más dramático fue lo que ocurrió con el sistema de seguridad social. “Ese cambio, que fue impuesto con fuerza y sangre en Chile, empieza a marcar un nuevo itinerario de la realidad social, que tiene como estrategia el que se generen polos de desarrollo económico fuertes, es decir, sectores de la sociedad poderosos económicamente, que en la teoría del modelo iban a poder ahorrar e invertir para poder hacer crecer Chile a través de la actividad económica; eso implicaba, tenía como supuesto, que hubiesen capas sociales medias y bajas que pudieran estar disponibles como mano de obra de bajo costo, y todo eso además llevado a un conjunto de políticas sociales muy reducidas y residuales”, complementa Pérez.
La “meritocracia”, otra de las promesas
Paulina Benítez profundiza en una de las ramas más controvertidas del discurso en que se basa el modelo económico chileno, el mérito. “El individualismo nos preparó para competir. Entonces, ese mérito se trata de un individualismo muy competitivo y ese quizás es uno de los legados más nocivos de esa estrategia de desarrollo, como lo fue el individualismo muy exacerbado. El discurso es ‘si usted se esfuerza, usted puede llegar a un punto. Si fue a la universidad, después trate de estudiar un postgrado y eso va a significar mayor salario’. A esta altura, también con los datos de la Casen de esta década, lo que se da en Chile es una alta variabilidad, no hay garantías. Es algo que los investigadores están constatando que es mundial, es decir, efectivamente tenemos generaciones jóvenes más preparadas que antaño, que sus padres, en el sentido de que tienen mayor escolaridad, pero eso no se condice con mayor ingreso, con mayor salario”.
Benítez repara en lo peligroso en la aceptación discursiva del ‘mérito educativo’ y todo lo que eso conlleva y que acrecienta aún más el individualismo del cual es prisionera nuestra sociedad. “Las generaciones jóvenes tienen muy interiorizado que el mérito es de ella o de él, y es falso. Cuando uno actúa en sociedad, los logros son colectivos. Hay una madre, hay alguien, hay toda una estructura que te da soporte y que te lleva ahí, y eso se ha invisibilizado. Hay toda una red de relaciones sociales que te permitieron llegar ahí. Lo otro es que el ‘mérito educativo’ es un pilar del modelo; por lo tanto, si tú tienes que a mayor educación no implica que tengas mayores salarios, entonces eso corroe este ‘mérito educativo’, esas ideas que tenemos todos en la mente y que de alguna manera ha movilizado a las nuevas generaciones, a los jóvenes y a las familias a endeudarse, y cuando cumplen lo que les dijeron que hicieran y la promesa no es tal, creo que ese desencanto es muy fuerte”.
Pérez le otorga al marco constitucional un valor muy importante, “porque ahí están establecidos los valores de la sociedad chilena, los valores por los cuales el Estado se moviliza, el valor de la propiedad privada, la naturaleza subsidiaria del Estado, la iniciativa privada, la promoción del ‘mérito’ individual, por lo tanto, la igualdad de oportunidades era un valor que consistía en que el Estado daba condiciones mínimas de acceso, y a partir de ese acceso la gente individualmente tenía que hacer su esfuerzo para progresar en la vida. Entonces, para las capas medias esto fue muy difícil, y para las capas más pobres lo que ocurre es que fueron saliendo de la extrema pobreza, del 40% de pobres en el año 1990 se pasó a un 8% en el año 2017. En la mayoría de esa serie estamos hablando de pobreza de ingresos, es decir, la capacidad que tiene la gente de consumir alimentación y bienes básicos. Recién el año 2011 empezamos a medir la pobreza agregando otros asuntos más intangibles como la trayectoria en la educación, el estándar sanitario, la calidad de la vivienda, etc.”.
Los datos duros de «Desiguales»
En junio de 2017, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, publicó el libro «Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile», el que dio a conocer las enormes brechas que existen en nuestro país. Uno de los investigadores principales de aquel libro es Matías Cociña, quien referente al tema de las pensiones, uno de los más señalados y cuestionados en las movilizaciones, comenta que “los datos que mostramos en Desiguales indicaban que en el año 2015, de los pensionados y pensionadas de 65 y más años, un 47% recibía una pensión que estaba por debajo del 70% del salario mínimo. Sin los aportes previsionales solidarios (APS) del sistema, la cifra habría llegado al 73%. No es coincidencia, entonces, que en nuestra encuesta solo una de cada tres personas del primer quintil de ingresos pensara que contaría con ingresos suficientes en la vejez para cubrir sus necesidades básicas. En el corto plazo, es muy importante aumentar los aportes provenientes del pilar solidario. En el mediano plazo, probablemente habrá que discutir elementos más estructurales del sistema de seguridad social, discusión que le corresponde a las instituciones políticas”.
Otro de los temas que representan una demanda que no se circunscribe solo a la movilización actual, sino que viene de mucho antes, es el que dice relación con la presencia de “los mismos de siempre” en la toma de decisiones, terminología popular que se refuerza con los datos del libro. Cociña manifiesta que “respecto de las autoridades políticas a nivel nacional, nuestros datos muestran que entre 1990 y 2016, siete de cada diez ministros o ministras, seis de cada diez senadores o senadoras y cuatro de cada diez diputados o diputadas, fueron a uno de 14 colegios de elite (todos de Santiago). En efecto, en Chile las personas que toman decisiones tienden a escogerse desde un subconjunto bastante reducido de la sociedad. Los mecanismos de reproducción de los segmentos de altos ingresos, particularmente mediante la educación, tienen mucho que ver con esto”.
Por último, uno de los puntos más oscuros de la desigualdad social tiene que ver con la incertidumbre, específicamente la laboral, que es la que determina todo lo demás para las personas de escasos recursos. “Del universo de trabajadores cubiertos por el seguro de cesantía en un período de 11 años, aquellos que partieron en un trabajo de bajo salario tuvieron empleo formal y con contrato indefinido menos de un 30% de esos 132 meses y tuvieron en promedio casi 10 empleadores. Quienes partieron en un trabajo de alto salario estuvieron en esa situación más de un 72% de los meses y tuvieron en promedio menos de cinco empleadores. En otras palabras, la estabilidad de las trayectorias laborales está tremendamente estratificada en Chile”, finaliza Cociña.
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