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Crédito: Cedida
Arroyo fue destacado colaborador de diversos medios locales y nacionales. Su último trabajo lo realizó en la Dirección de Comunicaciones de la Universidad de Concepción hasta 2024.
Fue temprano en la mañana de este domingo, cuando nos llegó la noticia. Nuestro compañero de trabajo, Julio César Arroyo Muñoz -cesarino o chicharito, como lo he llamado desde hace muchos años- nos dejaba.
El cáncer maldito hizo lo suyo, a pesar de la pelea corajuda y de frente que le dio desde que le comunicaron que padecía la enfermedad.
Hay situaciones que nos empiezan a pasar a cierta edad y no imaginamos que en esas circunstancias debemos hacer cosas que no pensamos que tendríamos que hacer, como despedir a un compañero de trabajo, con el que has compartido una buena parte de tu vida.
Cesarito se fue y yo estoy aquí haciendo algo que habría querido no hacer: escribir sobre el fotógrafo de Noticias UdeC que ya no está.
Tengo una larga historia laboral con cesarino, desde que coincidimos en Hora 12, un diario de corta vida -retomado hace poco en modo digital- al que llegué a hacer una práctica. Allí conocí a ese señor de anteojos gruesos, que hablaba como si todo fuera urgente y estuviera siempre apurado; un poquito gruñón, bueno para contar historias de lo que pasó en tal o cual año y que conocía a medio mundo en Conce, Talcahuano y más allá.
Yo me sentía como “un pollo en corral ajeno” dentro del entorno periodístico, pero César casi me empujaba -literal- para que me acercara al grupo de colegas para conversar, escuchar, captar información, recoger un dato, saber lo último…en fin conocerlos y que me conocieran.
Y se lo agradezco, porque empecé a tener más confianza y comencé a crear lazos con los periodistas experimentados de esa época, con los que aún mantengo cariñosos contactos.
Nos tocaba salir en micro, con suerte en un taxi; las más de las veces debíamos caminar para llegar a la misión, y sufríamos la incerteza de si nos pagarían o no a fin de mes. Era un proyecto nuevo con incertezas financieras (“diario pobre, pero honrado”) que, duró poco, pero le hizo bien a la monopolizada prensa escrita local de ese entonces.
Al poco tiempo descubrí que ese fotógrafo era como las marraquetas, que se ven duras por fuera, pero son blanditas por dentro. También me di cuenta de que tenía un gran sentido del humor y que era muy “enteradito”.
Lo que pasa es que, como era hijo de periodista, estuvo vinculado a la noticia desde siempre.
Pero era un profesional de las imágenes, que se formó a sí mismo desde que algo le hizo “click” en su infancia. Todo partió cuando un fotógrafo de plaza, que no tenía donde estar, fue acogido en la casa familiar donde montó una suerte de estudio bajo la escalera. Y el niño curioso iba a intrusear ese mundo de luces y sombras, y empezó a aprender.
César amaba la fotografía, pero creo que también tenía una vocación, a medio camino, de periodista y quizá no pudo o no quiso estudiar. Cualquiera de los integrantes de nuestra oficina podrá recordar esa cara de triunfo cuando era el primero en decir “está pasando esto”. Era el rey del golpe noticioso y lo disfrutaba.
Una de las veces que hablamos por teléfono, cuando la enfermedad empezaba a avanzar y avanzar, le recomendé una serie para que se relajara, pero dijo que la tv lo cansaba. “Solo veo noticias”.
Hace unos días, en la “cajita de los recuerdos” encontré una foto de un gato en blanco y negro, impresa en papel fotográfico de verdad, que César me regaló en esos días. Claro, a veces era medio pesado y yo me enojaba con él. Para bajar la mala onda, me regalaba fotos de animalitos (tengo varias).
Esos sabores
Tenía otra vocación: era un chef encubierto. Cómo no recodar esas empanadas de mariscos de-li-cio-sas o el rollito de salmón ahumado con queso crema y la receta perfecta del pisco sour, con la cascarita de limón incluida.
En los ratos en que la pega estaba lista o en la espera de la próxima tarea, buscaba videos de nuevas preparaciones para regalonear a Loreto, su esposa, y a José Ignacio, Mariana y Rafa, sus hijos.
Y ahí me molestaba con el lomito de chancho, el pollito con esto o lo otro, o el asadito que -me decía- yo debía probar, a sabiendas de que no como carne. Y ahí soltaba su risa.
Me mostraba fotos -cómo no- de esas mesas convertidas en un jardín marino, lindamente presentadas, o me comentaba de las empanaditas de marisco que hizo el fin de semana, con que les daba cariño a los suyos. ¡Lo hacía para sacarme pica!.
Esa vez que pude hablar con él, me dijo que lo último como comida que había disfrutado fue un chupe de locos que fue preparado por la Lore bajo su guía.
La Universidad
César, como ya dije, era un amante de la fotografía, pero también de la Universidad. No olvido su cara de satisfacción cuando obtuvo su contrato indefinido en 2013. Al fin su lugar en la U, donde seguramente es una de las personas más conocidas después de las autoridades. O tal vez más que ellas.
Pienso que si se hiciera una encuesta, descubriríamos que un porcentaje importante de los miembros de la comunidad universitaria tiene entre sus archivos alguna foto que César le hizo ad-honorem.
Mi ex “compañero de banco” -estaba a centímetros de mi puesto en la oficina- estuvo trabajando para la Universidad en distintos períodos, con intermitencias, y más regularmente antes de que se incorporara de forma definitiva a la planta.
Quería a su U. Un clásico de chicharito era llegar con la foto nueva de los mástiles del Foro adornados con las banderas para las fechas especiales y mostrar triunfante las imágenes variables del barrio con las que quería transmitir su belleza.
Por eso le costó irse en el momento de la jubilación y tomar sus cachureos del escritorio, entre ellos montones de pilas, en el cierre de enero de 2024.
Chicharito sigue en la oficina, en un juego de luces y sombras. Al momento de irse tuvo una reunión con el Rector Dr. Carlos Saavedra Rubilar en la que se le hizo un reconocimiento a su trayectoria y en la que fue una de las pocas oportunidades en las que él estuvo del otro lado del lente.
En esa secuencia de imágenes hechas por una colega de Rectoría apareció una foto a contraluz en la que se distingue claramente su silueta. La rescatamos, la imprimimos, la recortamos y la pegamos en la pared en el lugar en que estaba su puesto. César, a pesar de que ya partió, estará ahí para recibirnos al regreso de nuestras vacaciones.
Hay que anotar que el jueves pasado, el día en que empezó el comienzo del fin, César pidió su computador para organizar sus archivos de la Universidad. Trabajó para su U hasta poco antes de su partida.
La familia
A César lo vi siempre atento a las cosas de su familia. Se comunicaba varias veces al día con su Lore, para las cosas cotidianas o para preparar una salida. Y así, como eran de pegados, la Lore estuvo a su lado todo el tiempo y aún más en los momentos más difíciles con una fuerza que no se sabe de dónde sale. Seguro que su corazón estuvo sincronizado con el de su “cesito” hasta el último latido.
Cesarino siempre comentaba de su Rafa, el más pequeño, de sus progresos y sus peticiones especiales; estaba orgulloso del Nacho, profesional audiovisual (el mayor); pero de una forma particular por Mariana. Es un caso aparte, porque su satisfacción se cruzaba con lo que tal vez fue una aspiración para él. Ella está terminando la carrera de periodismo y César no estará -al menos como pensamos que pueda estar- para acompañarla a recibir su título.
También estaba orgulloso de los logros de Patricio, cantante lírico, hijo de un matrimonio anterior, que está en Alemania.
Bueno, a veces hablaba de las dificultades que se presentaban.
De lo que he hablado en estos días con gente en común con mi compañero de banco queda un resumen: un profesional responsable, buen esposo y padre, comprometido con sus pares, sobre todo los más jóvenes; buen compañero de trabajo, un aporte al registro fotográfico de la U y de hechos importantes de la región (trabajó en varios medios y agencias, siendo testigo y “archivero” de hechos que corrieron a la par de su vida al menos por cuatro décadas).
Como todos, tuvo sus mañas, rollos, momentos menos felices; pero, seguro, eso lo evaluó en su fuero interno.
Salto al vacío
Me cuesta pensar en un cielo o un paraíso como destino final, menos en un infierno (posibilidad descartada hace años desde el Vaticano). Quizá lo más lógico sea abrazar una de las leyes de la Termodinámica y aceptar que todo se transforma.
Pero me gusta imaginar posibilidades inciertas y más entretenidas antes de la última estación a la que hay llegar por ejemplo, un gran salto desde un columpio gigante, una caída libre hacia el vacío, un desafío de nado contra el tiempo para alcanzar la otra orilla, un trayecto en un tobogán a toda velocidad o un gran vuelo. Sea como sea, cesarito, haz tu mejor salto, cae paradito, nada con firmeza, goza la velocidad o aterriza suavecito.
Pero una advertencia para quienes estén ahí, porque César llegará a juntarse con dos amigos que lo precedieron en la aventura: Víctor Salazar y Alipio Ortega, ambos colaboradores en su momento de Panorama, predecesor de Noticias UdeC.
¡Afírmense por allá!, porque retomarán sus conversaciones al más puro estilo de los gráficos, con copuchas, risotadas, recuerdos y miles de historias que quedaron grabadas en sus ojos desde que las miraron a través de los lentes de sus cámaras.
César, manda la foto, por favor.
Columnista
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Jeannette Valenzuela Mella
Periodista de la Direccción de Comunicaciones UdeC
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