Crédito: Contexto
Acuñado por primera vez en la década del ‘50, la Inteligencia Artificial (IA), constituye uno de los precursores de la Cuarta Revolución Industrial. Su irrupción ha sido vertiginosa en los últimos diez años, debido a factores como el aumento de la cantidad de datos disponibles, la capacidad de cómputo, la cantidad de personas capaces de desarrollarla y el avance de otras tecnologías complementarias.
La influencia disruptiva de la IA ha ido transformando los sectores tecnológicos y económicos. Sin embargo, estos avances nos han brindado de manera amplificada todo lo que la inteligencia humana ya es, tanto lo bueno como lo malo. Entre las áreas de riesgo de esta tecnología se encuentran: la autonomía de utilizar plataformas preferidas, respetar a los individuos y grupos más vulnerables, la privacidad y seguridad de los datos personales, la responsabilidad de las decisiones, el bienestar asociado a los derechos humanos y su desarrollo sostenible, así como la transparencia e interpretación de sus algoritmos.
En esta última área sobresale la existencia de cajas negras que traen consigo problemas de opacidad en las decisiones. Este tipo de técnicas son seductoras por sus buenos resultados, pero impiden que un supervisor humano interprete cómo se llegó a determinada conclusión. Pudiese parecer poco relevante, pero ¿qué pasa cuando la decisión de obtener un crédito dependió de un sistema indescifrable basado en IA? En este aspecto no se debe obviar el posible uso de atributos decisores que sean antiéticos como la raza, el sexo, la edad, la religión, etc.
Así es como la ética en la IA ha pasado de ser una cuestión filosófica a una necesidad palpable. En la búsqueda de soluciones globales a estas necesidades se afronta otro gran reto: la multiplicidad y diversidad cultural. Por este motivo, la adopción ética en la IA ha estado polarizada en tres modelos coexistentes orientados a la seguridad y el control social (China), las ganancias donde una minoría de empresas domina gran parte del sector tecnológico (Estados Unidos), y los que anteponen la privacidad del usuario y los principios éticos al desarrollo tecnológico (Unión Europea).
En Chile, la política se adhiere a este último modelo y se fundamenta en cuatro principios transversales: IA con centro en el bienestar de las personas, respeto a los derechos humanos y la seguridad, IA para el desarrollo sostenible, IA inclusiva e IA globalizada. La brecha es amplia aún, pero se ha trazado un camino. En tanto la IA siga ofreciendo increíbles herramientas se deberá garantizar que su función sea servir a las personas y su entorno, en lugar de socavar una vida cívica digna.
Frente a este escenario y para el avance que se requiere en la convivencia con esta tecnología, era necesaria la creación del primer Doctorado en IA para nuestra región y el país, el cual comenzará en 2023, en consorcio entre las universidades miembros del CRUCH Biobío-Ñuble (UCSC, UdeC, UBB y USM) y financiado por el Fondo de Innovación para la Competitividad (FIC-R), del Gobierno Regional del Biobío.
Columnista
Dr. Alain Pérez Alonso
Miembro Comité Académico del Proyecto “Capital Humano Avanzado en Inteligencia Artificial para el Biobío”.
Académico de la USM
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