Crédito: ESO
En la profundidad del espacio se esconden rocas kilométricas, asteroides y cometas, cuyo eventual encuentro violento con la Tierra puede llegar a liberar suficiente energía como para borrarnos del mapa.
Cada día llueven unas 14 toneladas de polvo cósmico sobre nuestro planeta. La mayoría imperceptible, son pequeños granos y guijarros remanentes de la formación del Sistema Solar que se queman en la atmósfera. Pero en la profundidad del espacio se esconden rocas kilométricas, asteroides y cometas, cuyo eventual encuentro violento con la Tierra puede llegar a liberar suficiente energía como para borrarnos del mapa.
Así como con estos peñascos espaciales gigantes, estamos también aprendiendo acerca de otras potenciales amenazas a nuestra especie: las extraterrestres (supertormentas solares; explosiones de estrellas cercanas), las ecológicas (pérdida de la biodiversidad; el cambio climático; patógenos; supervolcanes) y las tecnológicas (polución; arsenales nucleares; crisis energéticas y económicas).
Hay una amenaza silenciosa de la cual poco se habla, eso sí, una casi tan eficazmente destructiva como las ya mencionadas. Las sociedades son frágiles, pudiendo colapsar cuando las instituciones que las sostienen se desploman. Culturas e imperios han surgido y desaparecido en diferentes épocas y lugares. Aún en el Siglo XXI las naciones fallan —tal como lo confirman Afganistán, Haití, Siria, Venezuela, entre varias. Ninguno de esos países necesitó de un asteroide, un volcán o de bombas nucleares para empezar a desmoronarse.
Teniendo en contra tanto al Universo como a nosotros mismos, ¿Cómo es que la humanidad ha logrado salvar el pellejo hasta ahora? Pienso en dos aspectos, ambos muy humanos. Uno es la creatividad. Con ella resolvemos problemas prácticos e imaginamos posibilidades inexistentes, misma con la que desviaremos asteroides en curso de colisión con la Tierra, así como con la que encontraremos soluciones a los desafíos ecológicos y tecnológicos que se nos presenten.
El otro es nuestra capacidad para hablar y escucharnos. Desde lidiar con problemas domésticos hasta evitar guerras, el último dique de contención que nos aísla de la brutalidad total es nuestra capacidad de seguir conversando.
La falta de diálogo convierte a una sociedad en un mero conjunto de individuos que ocupa un territorio, no muy diferente a una manada de animales. A partir de esa falta efectiva de comunicación y entendimiento no es muy difícil terminar deshumanizando a quien no comparte nuestras ideas. Sin individuos que dialoguen, las instituciones que ellos conforman se debilitan y con ello se pone en peligro a su vez a las democracias que esas instituciones sostienen. El vacío dejado por una democracia que se desvanece será ocupado por autocracias, populismos o anarquías, todos regímenes casi tan destructivos como un gran asteroide.
El habla le permitió a los humanos intercambiar información, tolerar diferencias, aprender juntos y conquistar lo imposible. La comunicación sensata nos da tiempo para entender puntos de vista que no son los nuestros, pospone decisiones impulsivas y nos prepara para un futuro que, querámoslo o no, tendremos que compartir unos con otros.
Columnista(s)
Dr. Roger Leiton Thompson
Centro para la Instrumentación Astronómica (CePIA)
Universidad de Concepción y Fundación Chilena de Astronomía, Fuchas.
- Compartir
- Compartir
Noticias relacionadas
Reportajes