Mujeres UdeC y un remache a la historia: su primer título nacional de vóleibol en 1996
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A 24 años de la hazaña, dos jugadoras y el entrenador de aquel largo proceso repasan todo el trayecto que les permitió terminar con la hegemonía deportiva de las universidades capitalinas.
El caluroso verano de 1992 en Rancagua traía grandes noticias a unas adolescentes Verónica Véliz Manríquez y Pilar Contreras Parraguez. Ambas, con un paso por selecciones chilenas juveniles de vóleibol, habían recibido la Beca Deportiva de la Universidad de Concepción y defenderían durante los próximos cinco años la tricota auricielo.
Lo único que no se había podido resolver por un tema logístico era la residencia para estas dos deportistas. No hubo mayor problema. El que por ese entonces era el entrenador de vóleibol de las selecciones femenina y masculina de la UdeC, Cristian Hernández Wimmer, abrió las puertas de su hogar recibiéndolas sin siquiera conocerlas. Desde ahí se forjó una amistad que permanece hasta el día de hoy.
Ya instaladas en el Hogar Universitario, las dos muchachas empezaron sus entrenamientos en los gimnasios de la Casa del Deporte. Desde 1985 Hernández era el entrenador del vóleibol en la UdeC. A pesar de imponerse constantemente a nivel femenino universitario regional, a nivel nacional el predominio de las instituciones capitalinas, sobre todo de la Universidad de Chile, hacían muy difícil pensar en una coronación.
Verónica recuerda esos primeros momentos. “Llegamos y creo que contribuimos a afirmar bastante el equipo, lo que se potenció por las enormes ganas que tenía Cristian. Él es un fanático del vóleibol, no se puede describir todo lo que ama este deporte. Entrenábamos duro todos los días. Luego contamos con un preparador físico y se fue profesionalizando el tema, no era un hobby, era casi como un trabajo. Pero todas amábamos el deporte, nos hicimos muy amigas, nos veíamos diariamente y así empezamos a ver logros”.
Dicho logros no fueron automáticos. Véliz recuerda que en su primer Nacional Universitario de Vóleibol en 1992 les fue bastante mal. Por más que mejoraban, no era suficiente, pero todo cambió en 1995, donde «llegaron otras dos jugadoras que habían sido seleccionadas chilenas juveniles, Carolina Andrades Farías desde Talca y Marcela Rivera Pérez desde La Serena. Ahí se armó un equipazo. Ellas igual vivían en el Hogar Universitario y formamos una familia, éramos más que solo jugadoras”.
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Cada año subían ostensiblemente su rendimiento y así fue como llegaron en 1995 a la instancia definitiva, la que perdieron ante la Universidad de Chile en Valdivia, pero sentían que estaban solo a un paso. 1996 sería la última oportunidad para Verónica, quien ya cursaba su año final de Pedagogía en Educación Física, por lo que el objetivo no podía ser otro que el de campeonar y retirarse con los máximos honores después de un proceso de cinco años. Y lo conseguiría.
El DT bajo una encrucijada
Cristian Hernández Wimmer actualmente es profesor en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Además, sigue ejerciendo su gran pasión entrenando a la selección masculina de vóleibol de la UNAB y en su amplio currículum destaca su paso como DT de la selección chilena de vóleibol.
Su carrera como seleccionador del vóleibol femenino y masculino de la UdeC se dio entre 1985 y 1998, consiguiendo tres coronas nacionales, dos con las damas (1996 y 1998) y una con los varones (1993), tal como contó la nota de Diario Concepción.
Rememora que “uno o dos años antes, la Universidad de Los Lagos había salido campeona, bajo un hermoso trabajo del entrenador Ramón Arcay, siendo el primer equipo de provincia que lo lograba. En esa época todos los nacionales universitarios de la especialidad lo ganaban planteles de Santiago. Tenían mucho más nivel de juego; además, todas las selecciones nacionales se conformaban casi exclusivamente con jugadoras y jugadores de Santiago, lo que potenciaba a las universidades cuando entraban a estudiar”.
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Hernández consolidó su idea de que era posible campeonar, pero necesitaba un buen plantel y trabajar incansablemente. “En la UdeC a las mujeres las hacía entrenar casi todos los días, a veces en doble turno. En esos años estaba obsesionado con sacar el mejor rendimiento posible a mis dirigidos y dirigidas. Junto con mi equipo —Gastón Zúñiga Ramírez como ayudante técnico y Carlos Coppelli Constanzo como preparador físico— les dábamos unos trabajos de mucha exigencia física, lo que nos dio una base importante para poder acortar la brecha y así optar al triunfo final”.
Todo iba bien encaminado. Las seleccionadas entrenaban bajo un ritmo frenético y pasaron sin mayores sobresaltos el torneo clasificatorio. El torneo se jugaría en la Universidad del Bío-Bío, por lo que la logística tampoco era trascendental. Era el escenario ideal. Pero como muchas veces sucede en la vida, las oportunidades a veces se presentan cuando se está en medio de procesos relevantes.
“En ese año 1996 me adjudiqué una beca para ir a Japón a un curso de entrenadores. Cuando le presenté esto a Felipe Neira, Jefe de Deportes UdeC de la época, me cuestioné mucho como entrenador si iba o no, porque coincidía justo con la fecha del Nacional. Teníamos un equipo súper bueno, yo no quería faltar en el momento más importante. Hablé con la capitana, Verónica Véliz, y me dijo que me tenía que ir, que una oportunidad así quizás no la iba a tener otra vez en la vida. Estaría en Japón aprendiendo un montón de cosas, me pagaban todo. Ir a Japón en esos años era una cosa mucho más difícil que ahora”, detalla.
Todavía no era suficiente. Aún en su cabeza rondaba la idea de quedarse para defender todo su trabajo en la cita cumbre, por lo que recurrió al consejo definitivo. “Hablé con mi padre y le planteé la situación. Yo quería quedarme a dirigir el Nacional, aunque perdiera la oportunidad, sentía que estaba abandonando a mis jugadoras, a las que tanto hacía sufrir en los entrenamientos. Mi padre me dijo que si habíamos preparado bien al equipo, este iba a rendir lo mismo, no importando si estuviera o no. Ese fue el empujón con el que decidí irme a Japón y dejar el equipo en las manos de Gastón y Carlos”, relata Cristian. Antes de embarcar hacia la tierra del sol naciente, recibió un oso de peluche como regalo de sus dirigidas.
Triunfazo en la UBB
Al parecer, los finales dramáticos son los predilectos en el deporte. Un gol, un triple o un bloqueo monumental que permite una exigua diferencia conducente al triunfo quedan en la retina con mayor facilidad. Acá no hubo nada de esto. La selección femenina de vóleibol UdeC ganó sus cinco partidos sin ceder un solo set (15-0) y levantó por primera vez la esquiva copa que consagraba a las nueve elegidas como campeonas nacionales. Una actuación soberbia.
Una de las jugadoras más destacadas de ese equipo era Marcela Rivera Pérez, estudiante de Nutrición y Dietética de la época, quien declara que «en mi experiencia personal, creo que fue nuestro mejor Nacional. Veníamos de haber perdido la final el año anterior, 1995, ante la Universidad de Chile en Valdivia, en lo que fue mi primer año en la UdeC. Desde ahí retomamos todas las fuerzas para reinventar al equipo e intentar salir campeonas».
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«Ese campeonato lo jugamos ante muchos espectadores. Si bien estábamos en Concepción, no teníamos el público a favor, porque la cita era en la Universidad del Bío-Bío. Recuerdo que para la final se tuvieron que abrir las puertas, porque las ubicaciones del gimnasio estaban llenas. Mucha gente quedó sentada al borde de la cancha, nuestra barra presionó para entrar», añade.
Una hora, tres minutos y 17 segundos duró la final aquel 23 de octubre de 1996. 15-3, 15-12 y 15-7 fue el marcador que coronaba por primera vez a la UdeC en el Torneo Nacional Universitario de Vóleibol Femenino. 1.400 espectadores repletaron el recinto de Avenida Collao y vieron la culminación de años de trabajo y esfuerzo.
Marcela rememora que «Cristian no estuvo, pero siempre tenía una sorpresa. Cuando terminó el partido y estábamos sacando las fotos con la barra oficial, él a través de sus papás nos hizo llegar flores a todas; siempre era muy preocupado de los detalles en todo aspecto, lo que creo contribuyó a llevarlo lejos en su carrera».
Por su parte, la capitana Verónica Véliz señala que “la Universidad de Chile, a quienes superamos en la final, era un tremendo equipo. Todas eran seleccionadas chilenas y tenían casi el monopolio de los títulos. El hecho de que se lo arrebatáramos y aparte les ganáramos 3-0 fue de locos, nadie lo podía creer”.
“Lo más importante de ese Nacional fue que llegamos con mucha confianza, no perdimos un solo set. Estábamos invencibles, fue el peak de rendimiento, todos los años de trabajo se vieron reflejados ahí. Obviamente que fue muy triste que no estuviera Cristian con nosotras, que había encabezado todo este proceso, pero su viaje era muy necesario. Nos dejó tan bien preparadas que a pesar de su ausencia pudimos lograrlo igual. Ganarle a la ‘Chile’ 3-0 era un sueño”.
Júbilo en Tsukuba
Mientras, a más de 17 mil kilómetros de distancia —en la ciudad japonesa de Tsukuba— las 12 horas de diferencia y las escasas opciones comunicacionales de la época, impedían que Cristian Hernández Wimmer supiera el resultado de la final al instante. A regañadientes concilió el sueño después de una ardua jornada de perfeccionamiento. Al despertar, el desayuno más dulce de todos no estaba en el comedor, sino en la recepción. “Me tenían un fax que me había enviado mi madre. Decía algo así como ‘felicidades, campeón’. Imagínese la felicidad que sentí en ese momento”.
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En su estadía en Japón, Cristian no se separó jamás de su oso de peluche, del cual emergía su cabeza a través del bolso que llevaba a todos lados. A sus amigos del curso, de lugares tan diversos como Marruecos, Tailandia y Laos, les llamó la atención y le preguntaron por él. “Les conté la historia, haciendo hincapié en que para mí había sido súper difícil viajar a Japón. A pesar de la experiencia linda que estaba viviendo, mi mente estaba dividida con una parte en Concepción igual. Esa noche me invitaron a comer y me hicieron una celebración porque había salido campeón nacional”, apunta.
Sin lugar a dudas, luego de ese Nacional la historia cambió para el vóleibol femenino de la Universidad de Concepción. Si bien al año siguiente, 1997, cayeron en la final ante la Usach en La Serena, al menos la carrera de Marcela supo de dos títulos más: 1998 y 1999. Aparte, en esos cuatro años gloriosos, la Universidad de Chile nunca les volvió a ganar.
Más allá de las coronas, Verónica y Cristian guardan los mejores recuerdos de la Universidad de Concepción. Para ella “fueron los mejores años, ya han pasado 24 de ese logro, no lo podía creer”, comenta entre risas. “Tuve la suerte de estar ahí. Terminé siendo profesora de vóleibol, trabajo actualmente en formación”.
Para él, la mejor época de su vida fue en la Universidad de Concepción. «Soy lo que soy gracias a los jugadores y a las jugadoras que he tenido. Gracias a esos equipos que tuve en la UdeC me pude venir a Santiago, a trabajar en una primera instancia a la Pontificia Universidad Católica y fui escalando posiciones, llegando incluso a selecciones nacionales”.
Hace un par de días recordaban anécdotas, como los castigos en el gimnasio B de la Casa del Deporte, que consistían en subir las escaleras con los pies juntos, más otros que demostraban cómo las normas disciplinarias y de exigencia estuvieron siempre presentes.
“Ellas sufrieron mucho con nosotros. Cuando se coronó este trabajo con el éxito de ganar se sintió más lindo, sin duda, a pesar de que ganar no siempre es lo más importante, pero en aquellos años yo tenía otra mentalidad. Después me dediqué a la docencia y ahí empecé a ver otros puntos y me fui dando cuenta que hay cosas que son mucho más importantes que ganar”, finaliza Cristian.
Las nueve jugadoras que pusieron a la UdeC en lo más alto del vóleibol fueron su capitana, Verónica Véliz Manríquez (Pedagogía en Educación Física), Marcela Rivera Pérez (Nutrición y Dietetica), Pilar Contreras Parraguez (Educación Diferencial), Carolina Andrades Farías (Medicina), Claudia Heredia Chamorro (Ingeniería Comercial), Claudia Klattenhoff Reyes (Odontología), Carola Sotz Pantoja (Ingeniería Comercial), Carolina Poblete Jara (Auditoría) y Leyla Valenzuela Avendaño (Pedagogía en Educación Física); mientras que el cuerpo técnico estuvo conformado por Cristian Hernández Wimmer, Gastón Zúñiga Ramírez y Carlos Coppelli Constanzo.
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