Cristina Durán: “El sistema no está, pero sí está la empatía de la gente”
La presidenta del campamento Las Algas de Talcahuano narra la vida en los cerros de la comuna y afirma que no se cansará de luchar por dignidad.
“Fue fuerte instalarse, me tocó colocar cama en el piso y en menos de dos meses tenía a mi hijo en la UCI por neumonía silenciosa. Quedó asmático crónico y me sentí culpable, porque quería algo mejor para ellos”.
La enfermedad de uno de sus hijos el primer recuerdo que le viene a la mente a Cristina Durán cuando rememora su llegada al campamento Las Algas de Talcahuano, casi once años atrás.
La presidenta de la comunidad también repasa el vía crucis que significó conseguir una mediagua. “Estuve más de tres semanas haciendo fila en el municipio, con mis dos hijos, de ocho a una de la tarde para conseguir esa mediagua. Y nunca me dieron solución, hasta que hablé con un caballero de la junta de vecinos y me ayudaron”.
El resultado de esa vivienda, húmeda y apenas aislada de los fríos invernales, fue el padecimiento de su retoño, que hoy la tiene en constante alerta de cualquier posibilidad de contagio de Covid-19.
Afortunadamente, el virus no ha golpeado a su familia ni a ninguna en Las Algas. Sin embargo, el mal que sí se ha dejado sentir en los cerros de Talcahuano ha sido el desempleo, con su consecuencia más extrema: el hambre.
¿Cómo comenzó la olla común en Las Algas?
Partimos con donaciones de los vecinos, después se hizo masivo. Empezó por Techo, porque nos pidieron las viviendas con problemas de lluvia y cuando visitamos las casas, nos dimos cuenta de que había mucha gente sin pega. Anotamos 40 cesantes en un día. Pensamos, ¿qué vamos a hacer? Estamos claros que esto no va a parar aquí, sabemos que cuando pase la pandemia va a haber un estallido social nuevamente, ya quedó demostrado.
Y en la medida que se incrementa la cesantía, también hace lo propio la olla común.
Contamos 65 personas cesantes. Empezamos con una olla para 100 personas y ya vamos en 160. Va a ir subiendo, porque nos planificamos para esto. La olla común alimenta a la mitad de las personas del campamento.
Les han resultado las postulaciones a fondos, pero me imagino que en ocasiones los recursos para el almuerzo escasean.
Es complejo, pasamos una semana por esa dificultad, que las cosas se estaban acabando. Qué vamos a hacer, cómo seguimos… la alimentación es importante, pero esto lleva a otras guerras, el tema vivienda, la luz, la ficha de protección social se ha disparado, gente que está son trabajo hace cuatro meses. Los catastros de campamento, que son pésimos. Una empresa quiso aportar kit de limpieza y lo quiso hacer por catastro, pero no aparecía ni la mitad de la gente en el catastro. A todos les da igual.
«Ahora con mis hijos y con todo lo que pasa en el campamento me motivé a seguir y quiero el próximo año entrar a asistente social. Quiero abrirme un paso y llegar al municipio, necesito llegar».
¿Y qué sucedió en ese momento en que se les estaban acabando las cosas?
Justo ese día llegó una persona a donar. Lo hemos difundido de una forma tan organizada en redes sociales… No falta la familia, no faltan los jóvenes que se organizan con amigos. Ha sido bonito, porque nos hemos dado cuenta de que el sistema no está, pero está la empatía de la gente. La gente llega superando los prejuicios.
Y la despensa, ¿en qué situación está hoy?
Hoy tenemos para cuatro semanas, pero siempre está la cuota de incertidumbre, porque cada vez se suman más familias que necesitan alimentos: uno, por la falta de alimentos en sus hogares; dos, por la cesantía; y tres, por la falta de empatía del municipio.
Además de combatir el hambre, ¿cómo proyectas las otras “guerras” que señalas?
Yo tengo dos niños TEA (trastornos del espectro autista), tengo un asperger y un autista, y comprenderás que para esos niños la lucha es completa. Muchos te dicen “ah, tu niño es TEA, escuela especial”. Pero depende de uno que eso dé vuelta, porque el sistema te dice niño especial, escuela especial, y yo necesito que mi hijo salga adelante. A mí me motivan muchos temas. Hablamos de inclusión, hablamos de dignidad, pero quién se las da.
¿El sistema?
Mire, producto de todo esto, me he sentido con mucho ánimo. Es difícil darse cuenta que uno tiene otras vocaciones. Yo no terminé mis estudios, estudiaba vestuario. Dejé el cuarto medio a dos meses, no le hallé el sentido de seguir estudiando, pero ahora con mis hijos y con todo lo que pasa en el campamento me motivé a seguir y quiero el próximo año entrar a asistente social y quiero abrirme un paso y llegar al municipio, necesito llegar, mi mayor sueño es llegar a concejal, sin olvidar mis raíces. Llegar allá para ayudar a la gente, sobre todo en temas de educación.
Eres dirigenta vecinal, mamá de cuatro hijos, estás sacando tu cuarto medio y quieres obtener un título para llegar al municipio. ¿Cómo enfrentas el liderazgo comunitario?
Fue difícil el liderazgo al principio, pero cuando te das cuenta de que tus vivencias te dan el habla… piso el mismo barro, vivo en una mediagua, tengo complicaciones. Yo vivo todo. Cada día me motivo más. Yo voy a seguir. Termino este año el cuarto medio, me voy a asistencia social y si alguien me dice si quiero postular, lo voy a hacer. Estamos con tantas ganas de luchar que nos damos el tiempo para todo.
¿Qué mensaje le entregas a la gente que hoy producto de la pandemia se ha enterado de que aún existe hambre en Chile?
Decirle a la gente que, a pesar de que esto nos ha servido mucho para ver la realidad que tenemos como país, no hay que cerrar los ojos, hay mucho por qué pelear, lamentablemente pelear, no pedir. Tenemos que pelear por nuestros derechos. Pero sabemos que no somos los únicos. Detrás de una casa bonita, en una población, hay mucha necesidad, pobreza, pensiones miserables. Necesitamos empatía.
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