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Calidad en una institución requiere una cultura comprometida con el mejoramiento continuo, con responsabilidades asumidas y compartidas por todos con alta eficiencia en el logro de los objetivos que se ha propuesto.
El sistema educativo universitario hasta hace pocos años era un sistema cerrado, que no era objeto de análisis en su funcionamiento ni por el Estado ni por la sociedad. La universidad era la única guardiana de sí misma, poseedora y transmisora de los conocimientos y la sociedad asumía que eso era bueno. Existía una visión rutinaria y estática de la calidad de la educación universitaria, todo se basaba esencialmente en que existía un proceso enseñanza/aprendizaje y en la tradición y prestigio de la universidad. Sin embargo, con la creación de nuevas universidades, la ampliación y diversidad de opciones para que más jóvenes tuvieran oportunidad de estudiar y el advenimiento de la globalización, la calidad de la educación ya no se puede medir como hace medio siglo atrás. Aspectos como masificación de los ingresos, proliferación incontrolada de universidades y la desconfianza mostrada por la sociedad y el estado sobre la pertinencia de las universidades, han contribuido a poner fin al monopolio del conocimiento. De este modo, actualmente se exige a las universidades ser competitivas, demostrar su calidad, pero no a la usanza tradicional, sino mediante un riguroso proceso de acreditación. La sociedad hoy demanda otros aspectos a una universidad, exige que ese conocimiento, que ya no es de su exclusividad, sea pertinente y aplicable a su entorno, es decir que posea pertinencia social.
El dilema del concepto calidad en educación superior no es un concepto unívoco y debe definirse en función de una multiplicidad de elementos. Fue el Tratado de Bolonia de 1999, el que dio paso a los primeros conceptos de calidad en educación superior, lo cual revolucionó la educación en Europa y generó impacto en América Latina. Provocó importantes cambios como, adaptaciones curriculares, introducción del concepto de competencias, adopción de un sistema de titulaciones universitarias fácilmente comparable para toda Europa y se fomentó la calidad de la Educación.
La UNESCO en su documento “Tendencias de la Educación Superior en América Latina” señala calidad como un concepto relativo para quien usa el término y las circunstancias en las cuales lo invoca. En otras palabras, similar a concepciones de otros términos como la verdad y la belleza. No podemos desconocer entonces que el concepto tiene una dosis de indefinición y ambigüedad siendo los estudiantes y los académicos los principales actores y jueces del concepto al mismo tiempo.
Autores como Harvey y Green (1993) señalan una serie de definiciones sobre este concepto: La calidad vista como excepción (algo con carácter de elitista y exclusivo), como perfección o consistencia (todos son responsables y la clave es la cultura de la calidad), como aptitud para el logro de una misión o propósito (autorregulación), como valor agregado (la excelencia a un precio aceptable) y finalmente como transformación con un cambio cualitativo en el estudiante (genera cambios en el estudiante y por tanto, lo enriquece para influir en su propia transformación).
La preocupación por la Gestión de Calidad en Educación Superior es un tema que no está restringido solo al medio académico, sino que debiese interesar a la sociedad toda. En Chile, el 29 de mayo de 2018 fue publicada la Ley 21.091 de Educación Superior. Allí se establece la acreditación institucional integral obligatoria y en su artículo IV se refiere al sistema de aseguramiento de la calidad en educación superior. Hoy virtualmente todos los países poseen instituciones que acreditan, certifican y aseguran la calidad. En nuestro país, es la Comisión Nacional de Acreditación, CNA, la institución a la que se ha asignado la responsabilidad de acreditar y promover la calidad en educación superior y quien recientemente ha publicado los nuevos criterios y estándares de acreditación en educación superior. Al respecto y como era de esperarse, se ha generado una gran polémica, observándose adherentes y algunos fuertes detractores, sin considerar que un documento de esta naturaleza puede ser perfeccionado en la medida que se aporten opiniones constructivas, objetivas y factibles de aplicar.
Un aspecto que caracteriza a la educación superior es la diversidad, la cual se encuentra en el centro de cualquier análisis confiriendo una gran complejidad a la generación de documentos transversales y en particular a la acreditación de instituciones tan diversas. En América Latina existen más de once mil instituciones de educación superior, de ellas cuatro mil son universidades con realidades completamente diferentes, conviven instituciones universitarias y no-universitarias; algunas con más de 200 mil alumnos y otras menos de mil; estatales, privadas con fondos públicos y privadas sin ningún tipo de apoyo estatal; instituciones complejas o especializadas; universidades de élite social, masivas, multiculturales e indígenas. De este modo lograr un consenso en criterios y estándares para evaluar instituciones o programa es un gran desafío, determinado por la gran variabilidad que existe entre las diferentes instituciones, sus diferentes propósitos e intereses. De allí entonces que es complejo elaborar herramientas evaluativas para los procesos de acreditación, asumiendo que lo que debería evaluarse de forma fundamental es docencia, gestión e investigación.
Calidad en una institución requiere una cultura comprometida con el mejoramiento continuo, con responsabilidades asumidas y compartidas por todos con alta eficiencia en el logro de los objetivos que se ha propuesto. Para su logro es fundamental reconocer al personal como el recurso más importante, generar un buen ambiente laboral, fomentar el trabajo en equipo inspirado en una política de mejoramiento continuo donde los resultados son el resultado del trabajo de todos. Muy especialmente, debemos lograr que cada trabajador universitario sea consciente de que su trabajo aporta a la formación de los estudiantes y contribuye al desarrollo personal, familiar y social de la región y el país.
Columnista(s)
Luis Jorge Gajardo Navarrete
Médico Cardiólogo Intervencionista
Profesor Asociado Facultad de Medicina
Universidad de Concepción
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