Astronomía: el gran debate y el rol de Chile en el futuro
Crédito: ESO/G. Vecchia
«No me parece extraño pensar que, dentro de 100 años, cuando recordemos los grandes descubrimientos astronómicos del siglo XXI, el rol de nuestro país será destacado como clave».
Es loco pensarlo, pero hace 100 años, como humanidad, no teníamos certeza o consenso de algo que hoy parece obvio: que nuestra galaxia, la Vía Láctea, no es la única galaxia en el Universo.
A lo largo de nuestra historia no hemos sido ajenos a cambios abruptos de paradigma. Hace aproximadamente 500 años, llegamos a la conclusión de que nuestro planeta Tierra no ocupaba el centro del Universo, sino que esta posición privilegiada parecía pertenecer a nuestro Sol. Este descubrimiento sólo fue posible gracias al genio y los avances tecnológicos impulsados por Copérnico, Galileo y Kepler, quienes con su trabajo revolucionaron el conocimiento de la época. En alguna medida, esta gran hazaña científica se puede comparar con algo que ocurrió tan solo 100 años atrás, y que popularmente se conoce como “El Gran Debate”.
El 26 de abril de 1920, en el Museo Smithsonian de Historia Natural en Washington D. C., los astrónomos Harlow Shapley (1885-1972) y Heber Curtis (1872-1942) se juntaron a debatir si es que las grandes nebulosas que se observan en el cielo habitaban en las afueras de la Vía Láctea (la teoría de Shapley), o eran galaxias independientes y lejanas (la teoría de Curtis), lo cual, de ser cierto, transformaría por completo nuestra visión del Universo. El debate resultó inconcluso, con publicaciones lideradas por Shapley y Curtis que presentaban los argumentos y contraargumentos de ambos sectores.
Tuvieron que pasar 5 años para que el Gran Debate fuera zanjado. Y así como ocurrió 500 años atrás con Copérnico, Galileo y Kepler, la respuesta llegaría de la mano de grandes avances científicos y tecnológicos de la época. Por un lado, la astrónoma Henrietta Leavitt (1868 -1921) desarrolló un método a partir de la pulsación de una clase de estrellas variables llamadas Cefeidas, que permitió medir distancias a objetos astronómicos muy lejanos.
Utilizando este método, el astrónomo Edwin Hubble (1889-1953) observó la estrella Cefeida V1 en la nebulosa de Andrómeda. ¿El resultado? Una nueva revolución, porque la distancia a la estrella V1 era tan grande, que Andrómeda no podía ser una nebulosa que vivía en las afueras de nuestra Vía Láctea, sino más bien una galaxia por sí sola, gigante y distante. Los resultados de Hubble fueron presentados 100 años atrás, en enero de 1925, en la Reunión Anual de Astronomía de Estados Unidos, inclinando la balanza del Gran Debate en favor de Curtis, y de paso transformando por completo nuestra visión del Universo.
A dónde quiero ir con esta historia que puede parecer un poco larga y sin conexión con Chile. No estoy en posición de predecir cuáles serán las grandes y futuras revoluciones astronómicas que impactarán la humanidad de la misma forma que lo hizo Galileo o Hubble. Me aventuro a pensar que puede ser el descubrimiento de vida en otros planetas, o revelar la naturaleza de la materia o la energía oscura. Lo que sí tengo claro es el rol creciente que Chile ha jugado en grandes descubrimientos astronómicos recientes, incluyendo la expansión acelerada del Universo (Premio Nobel de Física 2011), donde el Proyecto Calán Tololo liderado por Mario Hamuy y José Maza jugó un rol clave, y el descubrimiento del agujero negro supermasivo en el centro de nuestra galaxia utilizando telescopios de la ESO en el norte de Chile (Premio Nobel de Física 2020).
Como si esto fuera poco, en nuestro país se está construyendo el que será el telescopio más grande jamás creado: el Telescopio Extremadamente Grande (ELT, por sus siglas en inglés). Con su espejo de 39 metros de diámetro, este observatorio estará destinado a revelar secretos de nuestro universo que hasta ahora han sido inalcanzables. Por ello, no me parece extraño pensar que, dentro de 100 años, cuando recordemos los grandes descubrimientos astronómicos del siglo XXI, el rol de nuestro país será destacado como clave, de la misma manera en que hoy recordamos las observaciones hechas por Galileo desde Florencia hace 500 años, o por Hubble desde el Monte Wilson en California hace un siglo. Eso sí, este legado sólo será posible si somos capaces de proteger los cielos prístinos del norte de nuestro país, un verdadero patrimonio de la humanidad y catalizador de futuras revoluciones.
Columnista
Dr. Rodrigo Herrera Camus
Investigador Asociado al Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines – CATA y académico del Departamento de Astronomía de la Universidad de Concepción.
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