Crédito: Wikimedia Commons
Solo podemos decir que, por ahora, las chances de que exista vida en Venus aumentaron.
Es 14 de septiembre del 2020 y en la Tierra se anuncia que nuestro vecino planetario más cercano, Venus, contiene fosfano en su atmósfera, un gas venenoso capaz de dejar knock-out a la nariz más valiente, por su olor entre pescado podrido y ajo, corrosivo, inflamable y usado —con razón— como pesticida y raticida. El fosfano (o fosfina, ambos términos son correctos) está formado por un átomo de fósforo y 3 de hidrógeno. Bueno ¿y qué? Aquí en la Tierra también tenemos fosfano circulando globalmente por la atmósfera. Resulta que la vida, tal como la conocemos, está formada en un 99% de compuestos que contienen fósforo e hidrógeno, así como carbono, oxígeno, nitrógeno y azufre. Por lo tanto, olfatear estos elementos químicos en el espacio puede guiarnos para encontrar alienígenas, quizás parecidos a las bacterias y microbios que viven a sus anchas en ambientes pobres en oxígeno en nuestro planeta.
Grandes narices
Las moléculas bailan a ritmos característicos, vibrando, girando y doblándose, chocando unas con otras, absorbiendo y emitiendo luz en frecuencias específicas. La absorción y emisión de radiación en forma de ondas de radio o microondas es la huella dactilar de radiación que permite identificarlas. Algunos radiotelescopios han sido diseñados para funcionar como la nariz de un sabueso, reconociendo trazas muy débiles de diferentes tipos de compuestos en el espacio. Fue así como en junio del 2017 la astrónoma británica Jane Greaves y sus colegas apuntaron el telescopio James Clerk Maxwell (en Hawaii), de 15 metros de diámetro, y olisquearon por primera vez fosfano en la atmósfera de Venus.
Inquietos por comprobar que la detección fuese real, en marzo del 2019 el mismo grupo de científicos usó el telescopio ALMA, el más grande del mundo. Al contrario del telescopio hawaiano, ALMA puede distinguir diferentes sectores de la atmósfera de Venus con más detalle. Así, ALMA no solo volvió a detectar la firma molecular del fosfano, sino que además encontró que la molécula se encuentra en toda la atmósfera de vecino planeta excepto cerca de los polos, donde se detectó muy poco. Una vez comprobado que las observaciones eran correctas, quedaba por responder a la pregunta de cómo llegó el fosfano a la atmósfera venusina.
Hasta las últimas consecuencias
Lo ideal sería instalar un laboratorio en Venus para tomar muestras de la atmósfera y mirarlas por un microscopio. Desafortunadamente no hay ninguno disponible en las cercanías de Venus por el momento. A falta de laboratorios, el grupo Jane usó toda la artillería disponible en química, física y geología para hacer cálculos y analizar las posibles causas del origen del fosfano. Había que explicar sobre todo la abundancia observada y la ausencia de la molécula en los polos.
Estudiaron una por una las opciones, descartándolas cuando no lograban explicar las observaciones: ¿procesos químicos en la atmósfera o en la superficie del planeta inducidos por la luz ultravioleta? No son lo suficientemente eficientes para explicar las concentraciones observadas; ¿relámpagos? Se producen en Venus pero no en cantidades suficientes; ¿erupciones volcánicas? Venus es el segundo cuerpo del Sistema Solar con más actividad volcánica (después de Ío, una de las lunas de Júpiter), pero los procesos geológicos observados tampoco alcanzan; ¿asteroides o cometas cargados con fosfano?
No, las imágenes de radar no registran ningún gran impacto reciente en la superficie del planeta. ¿Qué más entonces? Solo quedaban dos posibilidades. La primera, que exista algún proceso geológico o químico desconocido y muy raro que produzca diez mil veces más fosfano de lo esperado, tal como se observó con los telescopios. La otra opción es que algún proceso biológico sea el responsable.
Pero desde hace décadas sabemos que Venus está aquejado por un efecto invernadero descontrolado producto del gas más abundante en la atmósfera venusina, el dióxido de carbono. Debido a esto, su superficie es tan caliente como el horno de una cocina (450 celsius) y la presión tan alta como estar a 100 metros bajo el mar. Pero a medida que subimos en altitud, a unos 50 km, la atmósfera alcanza unos agradables 60 grados celsius y una presión del aire como a nivel del mar aquí en la Tierra. Por esta razón, por más de 50 años se ha especulado con la posibilidad de que a esa altura puedan vivir microorganismos flotando (*), arrastrados por las corrientes de viento que circulan cerca del ecuador del planeta pero que evitan los polos. A esa altitud los rayos ultravioleta del Sol destruyen muchas de las moléculas incluyendo el fosfano. Se necesita entonces una fuente que mantenga la producción de este gas para explicar las observaciones. Y venusinos microscópicos podrían ser la explicación.
¿Qué viene ahora?
Ahora viene seguir estudiando el tema. Se necesitan más observaciones para chequear si los niveles de fosfano cambian en el tiempo, así como seguir explorando nuevas posibles explicaciones no biológicas inimaginadas por el momento. Hasta que no enviemos un robot a recoger muestras de la atmósfera para analizarlas allá en Venus o aquí en la Tierra, entonces no sabremos si Jane y sus colegas han abierto las compuertas a una revolución en la historia de nuestra especie. Si existen los venusinos microscópicos ¿cómo logran sobrevivir al ambiente corrosivo de las gotas de ácido sulfúrico? ¿Estarán emparentados con nosotros? O ¿es la vida un proceso universal y ellos evolucionaron independientemente? ¿Existe una sola biología? Solo podemos decir que, por ahora, las chances de que exista vida en Venus aumentaron.
Cuando la mayoría de las fichas sobre la existencia de vida fuera de la Tierra estaban puestas en Marte y en algunas en las lunas del Sistema Solar exterior, resulta que nuestro vecino más cercano, extremadamente hostil, e ignorado por décadas, quizás —repito, quizás— pueda ofrecernos finalmente una respuesta.
(*) Bacterias y virus también vagan por la atmósfera terrestre. Vea: https://comentarista.emol.com/1861505/11733649/Roger-Leiton.html
Columnista(s)
Dr. Roger Leiton Thompson
Proyecto Anillo Formación y Crecimiento de Agujeros Negros. CePIA.
Departamento de Astronomía, U. de Concepción.
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