A mi amiga y compañera Beatriz Díaz Rodríguez

Muchas y muchos hemos recibido palabras de consuelo, muy sentidas, muy sinceras. Este grupo al que me refiero formamos parte de las múltiples familias que tienes en tu vida. Utilizo y utilizaré el presente y no otro tiempo verbal porque no me puedo convencer de lo que implica usar otro.

Casi la totalidad de las personas que mueren son buenas. El momento de la muerte trae consigo un instante mágico que nos despoja de todos nuestros errores por el lapso de tiempo que cada uno y cada una de quienes siguen acá determine. Y en este punto ya está la primera gran diferencia: tú eres una persona buena en vida.

A pesar de que cargas una pesada mochila con una compleja historia de vida, siempre has sido noble. Si fueras de otra manera, quién te lo podría haber reprochado. Nadie. Tú eres especial, porque tu inocencia no es de este tiempo. Quizás tener que haber renunciado a parte de tu niñez provocó que nunca la abandonaras del todo.

Tu parka verde. Tus bototos. Así te veo. Espontánea siempre, a pesar de los nervios. La mayoría de los que te rodeamos tenemos, a simple vista, vidas mucho más sencillas. Con lo que tú cargas, dudo que alguno de nosotros tuviera la fuerza. Pero tú sigues y no paras.

No pasa por un tema de carga académica, pasa por cosas realmente importantes. Siempre buscaste el cariño y lo encontraste, aunque nunca te quedaste por mucho tiempo en ninguna parte.

Cuántas noches, cuántas interminables noches conversando y haciendo un montón de bellas estupideces. Hasta en un carro de supermercado te paseamos.

Amigos y amigas transversales. Jamás he conocido otra persona con tal cantidad de amigos tan diferentes entre sí. Eso es porque tú no juzgas, nunca. 

No quiero entender cómo pasó, porque no pasó. Para mí solo estás en otro largo viaje. Esta vez te fuiste a juntar con tu papá, aquel con quien tuviste muy poco tiempo para compartir y ahora sin duda podrán conversar mucho más. Ya te iremos a buscar los y las demás y nos pondremos al día.