A 60 años de Valdivia y diez del 27F: las preguntas sobre los terremotos que hoy sí tienen respuesta
Crédito: Archivo | César Arroyo
¿Fue exactamente de 9,5 el terremoto de Valdivia? ¿Por qué solo ciertas estructuras se desmoronaron para el 27F? ¿Viene un gran sismo en la zona central? En un año de aniversarios, investigadores UdeC dan con la réplica justa a interrogantes clásicas.
6:02 horas del 21 de mayo de 1960. Un terremoto de 8,1 en la escala de Richter con epicentro en las cercanías de Cañete, Provincia de Arauco, sacude con fuerza las regiones del Biobío, Ñuble y Araucanía. En la jornada siguiente, otros dos movimientos telúricos de 7,1 y 7,8 grados, localizados en las proximidades del Parque Nacional Nahuelbuta y la comuna de Purén, remecen una vez más la zona sur del país.
Tras quince minutos de transcurrido el último evento, la secuencia sísmica que comenzara un día antes tiene su punto álgido. Esta vez, con una crudeza nunca antes vista en la historia de la humanidad. Un megaterremoto golpea a seis regiones entre Ñuble y Aysén y se ensaña particularmente con la capital de Los Ríos.
Elevándose a los 9,5 grados en la escala de Richter, el Gran Terremoto de Chile —como fue apodado por la crónica de la época— genera un avasallador tsunami que afecta la costa entre Concepción y Chiloé. Eso en territorio chileno, puesto que horas después la onda expansiva de la ola viaja por el Pacífico y se convierte en maremoto y destrucción igualmente para Hawái, Japón, Filipinas, Nueva Zelanda y otros Estados oceánicos.
Se estima que solo en Chile murieron cerca de 2 mil personas a causa del sismo y el tsunami del 22 de mayo de 1960, que hoy conocemos popularmente como el Terremoto de Valdivia y que en pocos días más cumple exactos 60 años en nuestra retina.
Su hermano menor, el 8,8 de 2010 o 27F, también suma años. En febrero pasado, el sexto terremoto de la era registral cumplió una década, tiempo en que, fuera de los tradicionales pronunciamientos públicos de las autoridades, el mundo científico ha dado pasos agigantados hacia la comprensión cabal del fenómeno sísmico; siempre con la certeza de que un nuevo gran terremoto puede manifestarse en cualquier momento.
El caso de Valdivia
El Dr. Andrés Tassara Oddo, geólogo y Director del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Concepción, precisa que el Terremoto de Valdivia tiene muchas singularidades a la hora de ser comparado con otros eventos afines, partiendo por la magnitud. “Terremotos similares en el pasado preinstrumental se conocen muy poco. El terremoto que probablemente precedió al del 60 en Chile es uno de 1575. Y, en el mundo, no se conocen otros terremotos con ese largo de ruptura”.
Animación del tsunami ocasionado por el terremoto 9,5 de Valdivia (1960). Fuente: @NOAA y Pacific TWC pic.twitter.com/duCoigUN1v
— Javier Cisterna (@j_cisterna) May 18, 2020
En cuanto a la sucesión de sismos que antecedieron al hito del 22 de mayo de 1960, Tassara, que es director alterno del Núcleo Milenio Cyclo —centro de investigación en que participa la UdeC, UACh y PUCV y que tiene entre sus líneas el estudio de los terremotos antiguos—, marca otro punto, al describir lo que se conoce como “terremoto silencioso”.
“Los pocos instrumentos geodésicos que había a la fecha, sugieren que lo que hubo fue una propagación de lo que hoy llamamos un terremoto silencioso o lento. Un caso similar es el terremoto de Japón de 2011, donde hubo un terremoto precursor una semana antes del terremoto grande del 9,1, y entremedio los instrumentos geodésicos locales indican que hubo una propagación de la ruptura en el área del primer terremoto hacia el área del segundo. Es probable que esto haya ocurrido el 60”, menciona.
Otra de las preguntas recurrentes es si, efectivamente, el de 1960 fue un terremoto de 9,5. Ante las sugerencias en diferentes publicaciones que esbozan que pudo ser mayor, el Dr. Tassara comenta que esto es perfectamente posible, aunque no del todo comprobable. “En el año 60 los instrumentos disponibles eran muy limitados. De hecho, la magnitud que se estimó en un principio era de 8,5 u 8,7 Richter, y los análisis posteriores mostraron que el área era mucho más grande. Los datos del 9,5 también son relativamente imprecisos. Pudo haber sido un poco mayor, quizás 9,6, pero no más que eso, aunque ya la diferencia entre 9,5 y 9,6 es gigantesca”.
27F: lecciones para la ciudad
Los grandes terremotos cambian la fisonomía de las ciudades. En 1751, tras un gran terremoto y tsunami, Concepción fue trasladado por el dominio español desde Penco al Valle de la Mocha. Casi dos siglos después, tras el Terremoto de Chillán de 1939, la capital penquista vio el nacimiento de diferentes hitos urbanos creados para conectar la Universidad de Concepción con el centro: la Plaza Tribunales, la Diagonal Pedro Aguirre Cerda y la Plaza Perú.
Si bien el 27F no dejó grandes intervenciones urbanas para la posteridad, sí entregó en el proceso de reconstrucción algunas luces que podrían ser calificadas como legado. El arquitecto Leonel Ramos Santibáñez, Director del Departamento de Urbanismo de la Universidad de Concepción, señala en ese sentido que las comunidades tienen un rol importante en la reconstrucción.
“Se ha marcado un hito en 2010, cuando las comunidades empiezan a trabajar con el gobierno, y el gobierno es capaz de ser sensible a las necesidades de las personas y en base a ese trabajo conjunto plantea modelos de reconstrucción. Ese es un tema muy importante y nos falta más desarrollo, a pesar de que hay experiencias muy interesantes como Constitución o Dichato, en donde los pobladores tuvieron la oportunidad de trabajar en conjunto y visualizar el futuro de sus comunidades”, destaca.
Ramos agrega que, en el caso de Chile, resta también profundizar en las temáticas vinculadas a los tipos de suelo y microzonificación, lo que califica como una de las grandes enseñanzas que dejó el 27F. “Antiguamente se pensaba que los grandes paños de territorio tenían cierta homogeneidad, pero la experiencia nos dijo que no, sobre todo Concepción, que tiene mucho relleno”.
En refuerzo de lo anterior, el académico UdeC puntualiza el siguiente ejercicio: “Tomé las zonas de relleno en Concepción y situé los edificios que colapsaron el 27F y coinciden las ubicaciones. Tenemos un suelo que no es de muy buena calidad. Hay que hacer mejoramiento, encontrar tecnologías para detectar el deterioro de los suelos. La gente pregunta por qué colapsó el Alto Río y no un edificio del lado que era más alto. La respuesta está en el tipo de fundaciones”.
Arquitecto Leonel Ramos
Ramos cierra aconsejando una urgente revalorización del Parque Ecuador. “Debiera transformarse en un gran centro resiliente, en un gran lugar de reunión posterremoto en la medida que la ciudad se va volviendo más densa”.
Mejor preparados: razones hay muchas
Tras el 27F se contabilizaron aproximadamente 525 muertos y 25 desaparecidos. La pregunta que ronda desde entonces es si esa cifra pudo ser menor en caso de existir mejor coordinación y una directriz precisa en la alerta de tsunami. Diez años después, no hay dudas de que la respuesta a la interrogante es afirmativa.
Andrés Tassara sostiene que desde 2008 existía consciencia en el GORE y la Onemi de que esta era una brecha sísmica estudiada por científicos que avalaban la inminencia de un terremoto, por lo que el 8,8 se instaló en medio de un trabajo de preparación en progreso. A ello suma el hecho de que el sistema de alerta temprana de tsunamis se basaba “en una premisa errada”.
“Se fundaba en la localización del hipocentro del terremoto. Si este hipocentro, que es un punto, estaba costa adentro, entonces no había tsunami; si estaba costa afuera, había probabilidad de tsunami. El problema con eso es que la magnitud del terremoto tiene que ver con el área que rompe, además del deslizamiento. Para un terremoto de magnitud 6,5, por ejemplo, el punto donde comienza el terremoto, que es el hipocentro, está muy cercano al área de ruptura, unos 3 a 5 km. Eso es lo que rompe un 6,5. Pero en un 8,8, ese punto inicial no tiene nada que ver con el desplazamiento; los terremotos muy grandes parten en la zona más baja del contacto de las placas y se propagan, deslizando la tierra que está debajo del mar. Por tanto, era un terrible error considerar el hipocentro para la existencia de tsunami o no”, explica.
Animación del tsunami ocasionado por el terremoto 8,8 del Maule (2010). Fuente: @NOAA y Pacific TWC pic.twitter.com/UD3JSF6SJd
— Javier Cisterna (@j_cisterna) May 18, 2020
Otra arista a la que alude el Dr. Tassara tiene que ver con la institucionalidad. Al 2010, existía el Servicio Sismológico Nacional (SSN) de la Universidad de Chile, que dependía del Departamento de Geofísica de la casa de estudios. En 2013, a raíz del 27F, se creó el Centro Sismológico Nacional (CSN), que cuenta con financiamiento directo de parte del Estado y convenios con Onemi.
En un registro realizado con motivo del décimo aniversario del 8,8 de 2010, el Dr. Mario Pardo Pedemonte, Subdirector del Centro Sísmico Nacional, ilustra el cambio en la institucionalidad técnica del siguiente modo: en 2010 el SSN funcionaba con una dotación de 14 personas. Hoy el CSN lo hace con 52 profesionales, que cuentan con implementos significativamente superiores. En efecto, si para conocer el informe final de localización y magnitud del terremoto del 27 de febrero hubo que esperar más de cuatro horas, los equipamientos actuales emiten los documentos preliminares en 5 minutos y en 20 los definitivos.
En el presente, el Centro Sismológico Nacional registra alrededor de 8 mil terremotos anuales, mientras que en la etapa previa a 2010 apuntaba un máximo de 4 mil. Tassara incorpora a estas buenas noticias que “existe una red de GPS en tiempo real para todo Chile pensada para reconocer estos segmentos donde hubo terremotos grandes. Ese tipo de información que genera el CSN está conectada con el SHOA, que está mejor coordinado con Onemi y, a la vez, tiene mejores equipos, entre ellos, una red de mareógrafos diez veces más densa que una década atrás”.
¿Anticipar el próximo megaterremoto?
La pregunta suele repetirse por insistencia periodística y la réplica de los entendidos también suena a rezo conocido: los terremotos no pueden predecirse. Sin embargo, recientes hallazgos se han aproximado a develar indicios de la superficie en los procesos que preceden a los grandes terremotos, en lo que hasta ahora se muestra como una de las señales más prístinas en la tarea de anticipar temporalmente la ocurrencia de esta clase de eventos.
El Dr. Marcos Moreno Switt tiene mucho que decir frente a ese dilema. Académico del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción, es también director del Proyecto Anillo Precursor, iniciativa destinada a comprender la actividad sísmica y a la que adscribe la UdeC, UCh, UCSC, UACh y diversas instituciones internacionales de Europa, Asia, Oceanía y Estados Unidos.
Recientemente, Moreno, junto a otros autores publicó en Nature el artículo titulado “Months-long thousand-kilometre-scale wobbling before great subduction earthquakes”, que postula que en los meses previos a los terremotos de Chile 2010 y Japón 2011, se produjeron oscilaciones de la superficie terrestre —en extensiones de unos mil kilómetros en cada país—, luego de lo cual se generó el desacople de las placas tectónicas que provocó ambos grandes sismos.
Comparación gráfica de la liberación de energía de los terremotos más grandes de la historia. Fuente: @NOAA y Pacific TWC pic.twitter.com/QOjQH8yj2o
— Javier Cisterna (@j_cisterna) May 18, 2020
En palabras del mismo Moreno, esto significa que “gracias a los datos satelitales, hoy podemos identificar con gran precisión cómo se deforma la superficie de la Tierra antes de grandes terremotos”, lo cual permite “establecer los cambios que pueden estar relacionados a los procesos que gatillan los terremotos”.
Más en profundidad, el investigador pormenoriza que “sabiendo la historia sísmica de la zona, uno puede estimar la acumulación de energía e identificar zonas donde podría haber un terremoto en el futuro. Antes del terremoto de 2010 había patrones que reconocían esta zona y, como no había habido un terremoto grande, se transformó en un lugar favorable para que se registrara una ruptura. Ahora con GPS podemos tener un monitoreo continuo en el tiempo y recopilar pequeños cambios, y con eso ver las señales previas”.
Con anterioridad a la publicación de este trabajo, el Dr. Moreno ya había advertido sobre la posibilidad de un potencial terremoto sobre 8 en la zona central, específicamente en la Región de Valparaíso y el sur de la Región de Coquimbo; situación similar en la que se encuentra la zona de subducción del norte chileno, en la que también se espera un sismo mayor entre Mejillones e Iquique.
“Hay dos zonas donde se ha acumulado mucha energía, pero no sabemos cuándo van a romper”, confiesa Moreno, quien reconoce los pasos dados hacia la anticipación de las señales preterremoto, mas en ningún caso habla de una eventual predicción.
El Dr. Andrés Tassara también entra a este debate, expresando que existe cierta certeza en torno a la posibilidad de que el próximo gran terremoto que golpee a nuestro país lo haga desde la zona central o norte, aunque “es políticamente correcto decirle a la gente que siempre debe estar preparada y que es imposible saber dónde va a ser el próximo terremoto, cuándo y con qué magnitud”.
“De todas formas, si ocurre un terremoto así, nos va a afectar tremendamente y el tsunami de todas formas llegará al Biobío. En ningún caso hay que confiarse”, sentencia.
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