Crédito: Diario Concepción
Desde la impronta feminista, la multiplicación de infraestructuras comunitarias en los barrios, como parques, plazas, puntos de encuentro, comedores populares y sedes sociales, es otra estrategia urbana que puede contribuir al fortalecimiento de las redes de apoyo.
El lunes 8 de marzo, miles de mujeres de Chile y el mundo se tomaron las calles, sumándose a las multitudinarias marchas y manifestaciones para conmemorar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. En el Gran Concepción, la cuarentena no fue un impedimento para esto, centenares de mujeres y disidencias decidieron apropiarse del espacio público con gritos, cantos, lienzos y performances en contra de la violencia patriarcal y la precarización de la vida.
Pese a la diversidad de mujeres reunidas en las calles, un mensaje común afloraba con fuerza: “aquí, entre compañeras, nos sentimos libres y seguras”. En este efímero encuentro colectivo, y reivindicando el derecho a la libertad de expresión y la protesta en la ciudad, cientos de mujeres denunciaron con fuerza la violencia que nos aqueja día a día, desde lo estructural hasta lo cotidiano. Las calles tomadas por mujeres que levantan orgullosas sus pañuelos violetas y verdes, poderosa representación de la desobediencia colectiva a los mandatos patriarcales que aún buscan relegar a las mujeres a la esfera de lo privado, o a lo público pero con fines exclusivamente productivos.
La apropiación del espacio público durante el 8 de marzo de 2021 cobra particular relevancia al momento de visibilizar los problemas y desafíos que presentan las ciudades contemporáneas. Las ciudades y el espacio público son, sin lugar a dudas, territorios en disputa desde donde se reproducen desigualdades estructurales y se despliegan múltiples violencias en contra de mujeres, niñas y disidencias sexuales. Pero la experiencia en la ciudad no es igual para todas ni para todos. Las violencias se acrecientan aún más cuando se cruzan con variables como raza, clase, identidad sexual, edad y diversidad funcional, entre otras, dando origen a opresiones múltiples reproducidas por el mismo espacio urbano.
La planificación y gestión urbana, por ende, no es materia neutral. Desde la mirada del urbanismo feminista, nuestras ciudades se han construido a partir de referentes patriarcales y capitalistas, que priorizan la productividad y el consumo, y modelan un espacio urbano hostil para mujeres, niñas/os, disidencias, personas mayores y con diversidad funcional. ¿Está la ciudad respondiendo a las necesidades de todas y todos sus habitantes? Calles poco iluminadas, infraestructura inadecuada para niñas/os y personas con movilidad reducida, escasos espacios urbanos destinados al cuidado y encuentro colectivo, barrios segregados y ciudades que priorizan los automóviles y la circulación de mercancías, en detrimento de ciclistas, peatones y transporte público, son algunos ejemplos que responden a esta pregunta, evidenciando la desigualdad expresada en el espacio público. Frente a este panorama, el urbanismo feminista nos invita a poner las necesidades de las personas y sus vidas cotidianas al centro de las decisiones urbanas, reformulando las prioridades en el diseño y gestión de las ciudades.
Con una perspectiva inclusiva y colaborativa, el urbanismo feminista propone modelos de gestión urbana participativos y co-construidos con las comunidades, que aseguren equipamiento, servicios y transporte público de calidad y accesibles para todas y todos sus habitantes. Hablamos de ciudades caminables, sostenibles en lo socio-ambiental, y que garanticen el disfrute y uso seguro de los espacios urbanos, en donde las mujeres puedan caminar libres de acosos, amenazas y agresiones.
Desde la impronta feminista, la multiplicación de infraestructuras comunitarias en los barrios, como parques, plazas, puntos de encuentro, comedores populares y sedes sociales, es otra estrategia urbana que puede contribuir al fortalecimiento de las redes de apoyo mutuo y cuidado colectivo que hoy desafían al ethos individualista de la ciudad. Nuevas miradas que se niegan a concebir este territorio como una mercancía más, y que invitan a construir el espacio urbano “desde”, “para” y “con” las comunidades.
Columna publicada originalmente en diario El Sur.
Columnista(s)
Dra. Katia Valenzuela Fuentes
Investigadora de CEDEUS
Académica Departamento de Sociología UdeC
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