Mauricio Urbina, académico de la FCNO UdeC: "Las técnicas para detectar la presencia de microplásticos en seres vivos no siempre son las más idóneas"
Crédito: Archivo
A raíz de un estudio publicado en la revista Toxicological Science reveló la presencia de microplásticos en muestras de testículos humanos y caninos, el investigador de la Universidad de Concepción llama a construir una ciencia más confiable y que no dé pie a titulares alarmistas.
Un artículo publicado en la revista Toxicological Science da cuenta de la presencia de microplásticos en testículos de hombres y perros. De todas las muestras analizadas (23 en humanos y 47 en canes), en el 100% aparecen diversas cantidades de microplásticos, lo que de no profundizar en el análisis sería una noticia muy compleja.
Esta es una de las cosas que le llama la atención al Dr. Mauricio Urbina Foneron, académico del Departamento de Zoología de la Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas (FCNO) de la Universidad de Concepción, quien cuestiona la técnica empleada para la detección, señalando la necesidad de métodos más precisos y rigurosos para comprender el verdadero alcance de esta contaminación.
“La prevalencia es extremadamente alta y poco común. Si vamos a la zona intermareal —y todos sabemos que en el océano es donde más microplásticos hay— y tomo 10 cangrejos para ver si es que tienen microplásticos, no todos arrojarán la presencia de estos. Es un hecho y lo digo basado en los múltiples muestreos que han hecho nuestros alumnos y alumnas en peces, cangrejos etc.”.
La principal crítica del Dr. Urbina apunta a que es muy distinto encontrar un trozo de microplástico —por más pequeño que sea, incluso puede ser nanoplástico— en algún tejido u organismo, que inferir su presencia vía encontrando un químico que está en el microplástico.
Por lo mismo, el especialista en microplásticos se centra la técnica que se utiliza para determinar la presencia de estos elementos. “Las técnicas para detectar la presencia de microplásticos en seres vivos no siempre son las más idóneas. La que utilizaron en este estudio es básicamente la determinación de algunos compuestos de los polímeros por pirólisis, o sea, la muestra se quema; lo que es muy distinto a tomar una muestra, analizarla bajo microscopios siguiendo un protocolo estándar e identificar los microplásticos que están contenidos en ella (Microscopía Raman, por ejemplo)”.
Dr. Mauricio Urbina Foneron, académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas UdeC / Crédito: Julio César Arroyo
El Investigador Asociado del Instituto Milenio de Oceanografía hace un paralelo con otro estudio publicado hace un par de años, que exponía la presencia de microplásticos en el torrente sanguíneo, el cual a su juicio “tuvo mucho más impacto, porque se publicó en una de las revistas de ciencia más prestigiosas a diferencia del que estamos analizando ahora; pero lo más interesante es que ambos utilizaron igual técnica, la que a mi juicio puede encontrar presencia de microplásticos en cualquier tejido solo por encontrar algunos compuestos químicos propios de polímeros. Por ejemplo, bebemos agua en vasos desechables, algunos almuerzan y cenan con cubiertos (poliestireno; PE) y platos desechables (poliestireno expandido; EPS), nuestros celulares y lápices son plásticos, nuestra ropa es de fibras sintéticas, y por ende no es sorpresivo que algunos compuestos puedan permear a nuestro organismo”.
Por otra parte, el docente UdeC se refiere a las muestras en sí. “Algo interesante es que estas muestras tenían una data incluso hasta de seis años de ser tomadas; salieron algunas de clínicas veterinarias, otras de centros asistenciales públicos y privados. Al estar almacenadas mucho tiempo pudieron estar contenidas en tubos o bolsas plásticas, lo que también genera un poco de ruido”.
El Dr. Urbina finalmente cree que sería fundamental contar con los mayores estándares, haciendo alusión a utilizar muestras frescas tomadas especialmente para eso, obviamente con el consentimiento de los pacientes en el caso de los seres humanos y que estas muestras no deberían tener una data de más de dos meses, idealmente. “Eso ayudaría un poco para no alarmarnos por un lado, pero también como ciencia para tener resultados más confiables, creíbles y sobre los cuales podamos construir más y mejor ciencia en el futuro”, concluye.
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