Crédito: Archivo
Después de casi tres años en cuarentena y distintas medidas de autocuidado para evitar el contagio, el 5 de mayo la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó el fin de la emergencia por covid-19. Sin embargo, el aumento de la circulación viral más crítica que años anteriores, con la predominancia del virus sincicial, adenovirus, influenza A y B, y Metapnemovirus nos deja en una situación de emergencia nuevamente.
Desde el Ministerio de Educación señalan que se han tomado las medidas necesarias para que niños, niñas y jóvenes cuenten con sus esquemas de vacunación completos y también fortalecer la prevención en la población estudiantil, como reactivar el uso de mascarillas en colegios. Pero volvemos incluso a peores casos previo a la pandemia.
¿Le estamos dando en el clavo con estas medidas? ¿Cómo se están adaptado los establecimientos educacionales luego de las experiencias vividas durante COVID-19? Existe evidencia científica clara y contundente que el SARS-CoV-2 (así como el resto de los virus que han contagiado y causado muerte de menores durante este invierno), se transmite por el aire, algo que fue reconocido por la OMS.
Entonces es de suma importancia que las medidas que está impulsando el MINEDUC sean redirigidas a mejorar el acondicionamiento interior de las escuelas. Pero no hay evidencia de cambios sustanciales con respecto al gran hacinamiento que viven la mayoría de los establecimientos educacionales del país. Más aun, cuando los beneficios del Estado están orientados en mantener la matrícula escolar y no en mejorar las condiciones ambientales de las salas de clases -considerando que estamos saliendo de una pandemia-.
Por ello y considerando que puede variar la asistencia de los estudiantes, muchos colegios han aumentado aún más sus matrículas por curso, con el fin de asegurar también los fondos estatales. Vemos salas de tan solo 43 mts2 con 37 estudiantes y uno o dos profesores. Estamos hablando de 1.1 mts2 por estudiante, con suerte en la mesa y su silla. Algo similar a lo que se vive en una cárcel.
En la mayoría de salas de clases en Chile, el ventilar sucede sólo a través del abrir puertas y/o ventanas, con limitada posibilidad de ventilación cruzada o la existencia de sistemas complementarios que permitan renovar el aire viciado con aire limpio del exterior. Adicionalmente, el tener una buena ventilación compromete el bienestar de los alumnos y profesores de sentirse confortables, sobre todo en las primeras horas de la mañana, algo que ya se evidencia con temperaturas exteriores más baja o lluvia.
Poco o nada se escucha de implementar sistemas de ventilación complementarios como purificadores de aire o sistemas de ventilación mecánicos con sistemas de calefacción. Sólo algunos colegios han podido adquirir e instalar equipos de monitoreo de CO2 en sus salas de clases, de forma de alertar al profesor y a los estudiantes que las condiciones de la calidad del aire están siendo comprometidas.
Otra opción es bajar la cantidad de estudiantes por sala. De hecho, Chile y China tienen los índices más altos de hacinamiento a nivel mundial. Si queremos mejorar la educación, entonces ¿no sería esta una buena alternativa?. No sólo para mejorar las condiciones ambientales y de confort de los estudiantes, sino también pensando en los profesores que están atados de manos sin poder innovar o reacondicionar sus salas de clases donde apenas cabe un alfiler.
Pese a esta gran dificultad, para el aprendizaje y la salud de los estudiantes, las carteras de Educación y Salud no se han referido a la inyección de recursos para el reacondicionamiento de salas de clases, ni tampoco se escucha la iniciativa de privados u otros espacios de aglomeración en colegios y Universidades para la reducción de contagios de distintas enfermedades. Es hora de no hacernos los sordos y realmente atacar el problema de raíz, mejorar los ambientes de trabajo y estudio para el bienestar de nuestra sociedad, es un deber de todos.
Columnista
Dra. María Isabel Rivera
Arquitecta investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS) y académica UdeC.
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