Día del libro: repositorio del saber humano y fuente de nuevo conocimiento
Crédito: Pixabay
En 1995, la Unesco instituyó el 23 de abril como una fecha para fomentar la lectura y reflexionar acerca del rol que los libros cumplen en el desarrollo de nuestra sociedad
En plena pandemia, en la que se ha exacerbado el uso intensivo de los medios electrónicos de comunicación, resulta relevante reflexionar en torno al Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor, que se celebra cada 23 de abril con el objetivo de fomentar la lectura.
Al respecto, la Directora de Bibliotecas UdeC, Karen Jara Maricic, reflexiona acerca del libro como objeto y su contribución como repositorio y base del conocimiento. “En el transcurso del tiempo, hemos visto que las obras que prevalecen son aquellas que están en papel. Entendemos lo que implica el cuidado del ambiente y la facilidad de poder leerlos en otros formatos, pero, en definitiva, lo que se ha mantenido a través de los siglos y sigue estando en buen estado son aquellos escritos que se han realizado en papel como soporte. Su aporte científico siempre ha sido y seguirá siendo fundamental”.
“De hecho, en pandemia, hay proyectos para rescatar todo lo que está ocurriendo, memorias, fotografías, y lo más probable es que van a surgir muchas iniciativas en esa línea”, profundiza la bibliotecóloga.
Más allá de esto, el libro representa un alivio a los efectos de la pandemia en la salud de las personas. “Los médicos recomiendan la lectura como una forma de escapar de lo que hoy conocemos como ‘infoxicación’ producida por el exceso de información, asociada a procesos de fatiga digital. El razonamiento y la concentración a veces se ven nublados por el confinamiento, y la lectura se convierte en un espacio de alivio para todos nosotros, permitiéndonos resetear nuestra mente; sales de la casa a visitar otros mundos y otros tiempos a través de tu imaginación”, aconseja.
Karen Jara, directora de Bibliotecas UdeC
“Los libros son excelentes compañeros de vida, evocan sentimientos muy gratos, tal vez relacionados con experiencias de la infancia, incluso muchas veces, te sientes identificado con un autor o creas vínculos con otras personas en torno a los libros que estás leyendo”, ejemplifica Jara sobre el rolo que pueden cumplir estos objetos en nuestras vidas que, continúa, “activan la memoria y la capacidad de pensamiento crítico, tan necesaria en los tiempos que vivimos considerando todas las decisiones de carácter político y social que tenemos que tomar todos los ciudadanos”.
Por su parte, el Director de Investigación y Creación Artística, Dr. Ronald Mennickent Cid, señala que “podemos ver al libro como memoria de la civilización y soporte del pensamiento. En el tiempo urgente, inmediato y fraccionado en que vivimos, un buen libro nos invita a reencontrarnos con nosotros mismos y con el sentido. Leer se convierte así en una necesidad para el alma, una actividad que contribuye a su desarrollo y maduración”.
El libro en la historia: ciencia y relato
El Dr. David Oviedo Silva, académico del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades y Arte, plantea la necesidad de hacer una reflexión teórica e historiográfica en cuanto al rol del libro en la Historia, dado que, “se dificulta la determinación de un parámetro para elegir entre narraciones históricas” o, dicho de otra forma, “¿cuál es la narración verdadera o más fidedigna respecto a los hechos y procesos históricos?”.
El académico explica que “un parámetro es la capacidad de la perspectiva historiográfica para activar la comunicación y la discusión” y que en otra aproximación, “la historiografía consiste en una argumentación crítico-racional a partir de la evidencia, siguiendo consideraciones de cobertura interpretativa y mostrando capacidad para responder al contexto hermenéutico del presente”.
En cuanto al rol que cumple el libro como repositorio del conocimiento y, por tanto, base para el futuro desarrollo de nuevas iniciativas científicas, Oviedo explica que, desde los autores clásicos en historiografía “se adquiere conciencia acerca del carácter sui géneris de esta área del conocimiento. Se enfatizan trayectorias singulares, la comprensión de lo irrepetible y la intelección de un sujeto históricamente situado en el marco de una tradición”.
En este sentido, el Dr. en Historia menciona una obra que entrelaza exitosamente estos elementos: “Un ejemplo es la trilogía del historiador Yuval Noah Harari (De Animales a Dioses, Homo Deus y 21 lecciones del siglo XXI). Cada libro armoniza rigor científico, fluidez narrativa y capacidad de comprensión de la evolución de la Humanidad en el marco de las principales transformaciones tecno-científicas de la historia. En suma, la necesidad de explicar la aceleración del cambio social puede dar lugar a que las interpretaciones científicas de la historia adquieran un valor inédito en términos de conciencia temporal e historicidad”.
Esto, explica Oviedo, “resalta la importancia de la narración y del libro en la fundamentación científica del saber histórico. Ciencia y relato se reconcilian para posicionar al libro como el principal soporte de lo que sabemos sobre el pasado y su proyección al presente y futuro. Estas consideraciones son extrapolables a los procesos de investigación en humanidades. Sin embargo, existen tendencias problemáticas en la lógica de producción de conocimientos a nivel mundial; una tecnocracia que antepone el rendimiento cuantitativo (hiperespecialización e intensificación de la productividad en el menor tiempo posible) por sobre las exigencias de maduración y libertad intelectual inherentes a la creación del saber a partir del libro”.
Dr. David Oviedo, Facultad de Humanidades y Arte
Ante esta disyuntiva, el académico argumenta que “el desarrollo científico en humanidades y ciencias sociales, desplegado en los libros y en su circulación en la sociedad, cumple un rol central para equilibrar estas tendencias y dimensionar la importancia de un conocimiento que produzca sentido antropológico y liberación existencial”.
En cuanto a si la actual situación de crisis sanitaria ha agudizado una desvalorización del libro como experiencia vital, el académico opina que esta es una situación que “refleja tendencias sistémicas anteriores a la pandemia, si bien la crisis del Covid-19 puede haber acentuado la problemática. El libro requiere tiempo para ser escrito o para su lectura y asimilación, y todo ello parece reducirse con el carácter invasivo del trabajo telemático y la hegemonía de las redes sociales para materializar las relaciones humanas y moldear las opiniones”.
Esto, sentencia el investigador, “es un proceso pernicioso para la sociedad y solo se podría contrarrestar posicionando al libro y al saber humanístico como central en las políticas de investigación del país, en las orientaciones educacionales y de política cultural que se implementen. De lo contrario, tendremos una agudización del dominio tecnocrático y por otra parte la incapacidad de la sociedad civil para pensar en términos contrahegemónicos, dada la fragilidad de sus fundamentos para imaginar la superación de una realidad alienante. La reflexión literaria, filosófica e histórica que se traduce en el libro es insustituible en ese sentido, amplía los horizontes y permite problematizar y trascender nuestros propios sesgos y prejuicios”.
“Sin embargo”, reflexiona Oviedo, “no creo que la vida post-pandemia revierta la situación, es posible que los sujetos se vuelquen con mayor intensidad aún al pragmatismo y la competitividad, lo que también se proyecta a los circuitos de creación y circulación del saber: prevalencia del conocimiento ‘útil’ por sobre el pensamiento crítico y expansivo inherente a las humanidades y la historia en su soporte fundamental, el libro”.
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