Biobío registra más de 13 mil sismos desde 2010 a la fecha
Crédito: Diario Concepción.
Antes del 27/F sólo habían ocurrido 491 en 10 años. Con posterioridad al terremoto de 2010 hubo 450 sismos en una semana. Cerca del 40% ocurrieron entre 2010 y 2013.
Si bien el sismo de 6,2 grados en la escala de Richter, que se sintió el pasado sábado 12 a las 23,24 horas en la Región, causó algún grado de alarma en la comunidad, especialmente, en los menores que nunca habían vivido una situación como esa, no se trató de un evento extraño ni alejado de la realidad de una zona considerada altamente sísmica.
De hecho, entre el 1 enero de 2000 y 26 de febrero de 2010 la Región registró 491 eventos. Tras el terremoto del 27 de febrero de 2010 y hasta el 14 de noviembre de este año, se contabilizan 13 mil 486 sismos, esto en base a la información pública del Centro Sismológico Nacional (CSN) analizada por Arturo Belmonte, docente del departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción.
El especialista detalló que la información del CSN, en el primer período analizado, registra 58 sismos con magnitudes entre 4,5 y 5,5 grados en la escala de Richter y otros cinco eventos entre 5,5 y 6,5 grados. Explicó que sobre esta última magnitud no se registraron sismos.
En tanto, en base a la información procesada entre 2010 y 2022, el profesional contó que de los 13 mil 486, un total de 952 sismos tuvieron una magnitud que fluctuó entre 4,5 y 5,5 grados en la escala de Richter; otros 114 entre 5,5 y 6,5 grados; y 11 sismos entre 6,5 a 7 grados.
El académico explicó que los más de 13 mil sismos registrados entre 2010 y 2022 están marcados por las réplicas del período 2010 – 2012. “Uno ve que, con posterioridad al terremoto de 2010, hay un peak de 450 eventos en una semana y eso desciende recién entre 2012 a 2013 con 25 eventos. O sea, durante tres años la tasa de sismicidad fue anormal. Por eso es que hay 13 mil eventos (…) Fácil el 30 a 40% de los 13 mil eventos están entre 2010 y 2013, 8 mil 200 menor a 3,5 grados de magnitud, 4 mil entre 3,5 y 4,5, es decir, cerca del 95% son pequeños y asociados al proceso post sísmico de 2010”.
Agregó que la alta magnitud que tuvo el terremoto de 2010 marcó un punto de inflexión “entre lo que pasaba antes y después. Hay una tasa de sismicidad mucho más alta porque el terremoto rompe entre 600 y 500 kilómetros de largo, por cerca de 150 kilómetros de ancho”.
Laguna sísmica
El terremoto de 8,8 grados en la escala Richter, que se vivió en la zona en 2010, según Belmonte, cumplió con todas las expectativas que se esperaban asociadas a un gap sísmico, período en el que no hay tanta sismicidad, pues completó el ciclo en la zona que va desde Concepción, con el terremoto de 1835 y en la de Pichilemu con el ocurrido en 1928.
“Esa zona hasta la década pasada era considerado un gap sísmico, que se entiende que está alcanzando una madurez suficiente para romper nuevamente”, dijo. Agregó que, por lo tanto, en base a los datos, un nuevo terremoto para la zona centro sur no ocurriría en 100 o 150 años.
Puntualizó que no se puede predecir eventos sísmicos y que con la información analizada sería imposible, pero “se puede descartar, estadísticamente hablando, la posibilidad de un evento como el de 2010”.
En cuanto al sismo del sábado pasado aseveró que no se trataría de una réplica del ocurrido en 2010, pues en la zona de ruptura se generó un deslizamiento de entre 5 y 7 metros, misma que fue dañada con el terremoto de 1960. “Por lo tanto, desde la perspectiva de la zona de ruptura del ocurrido en 2010 uno podría suponer que no está con déficit de desplazamiento cosísmico, es decir, con una falta de energía por liberar, y por eso está dentro de lo normal considerando que Chile es un país sísmico y la Región también”.
Según la tasa de sismicidad y magnitudes visualizadas, “uno podría suponer que van a seguir sucediendo eventos con magnitud mayor a 6, eventualmente el próximo año. No sería raro en la zona de Lebu o Cobquecura”.
Ahora bien, en términos de gap sísmico, que está asociado a largos períodos de tiempo, con un error de más o menos 15 años, según el especialista, el próximo gran terremoto podría ocurrir en el norte en la zona de Atacama, Chañaral, Bahía Inglesa y Copiapó, que tuvo un último terremoto el 10 de noviembre de 1922. “Uno esperaría que esa zona, que está calificada como de laguna sísmica, que es de cuidado, esté dentro de las primeras en la lista (…) y también otras aledañas al terremoto de Iquique, que son zonas que no han roto, no ha fracturado, que se las puede calificar como gap sísmico, pero no predecir”.
Transformación
El historiador Armando Cartes contó que la historia de Concepción está marcada por el signo del cataclismo y la reconstrucción. “Durante sus más de cuatro siglos, ha sufrido de su intensidad destructiva, el número se reduciría a ocho. Cuatro en tiempos coloniales 1570, 1657, 1730 y 1751 y, cuatro en los dos últimos siglos de Chile soberano: 1835, 1939, 1960 y 2010”.
Varias generaciones de penquistas han debido soportar un evento catastrófico y asumir la tarea de la reconstrucción. Por eso Concepción es llamada la ciudad de las siete catedrales.
“Cuando la misma generación debió soportar dos veces la destrucción y el tsunami, como ocurrió en 1730 y 1751, se decidió el traslado de la ciudad a su actual emplazamiento. Talcahuano fue declarado su puerto y Penco fue abandonado, forzando a los renuentes al traslado con la destrucción de sus propiedades. En Penco quedaron las ruinas de San Francisco y muchas otras iglesias hermosas, las tumbas de varios gobernadores de Chile y las ilusiones de un pueblo que una vez fue capital del reino. De ese Concepción colonial sólo quedan los restos del Fuerte La Planchada, que datan del gobierno de José de Garro, a fines del XVII”, contó Cartes.
En el medio siglo transcurrido desde 1960 hasta el terremoto de febrero de 2010 la ciudad había experimentado cambios. “En términos amplios, con la expansión de la mancha urbana y el surgimiento de nuevas comunas, transformándose en una metrópolis, el Gran Concepción. Esto implicaba progresos en términos de conectividad y servicios disponibles, pero también la ocupación de suelos poco aptos para la construcción y la pérdida de espacios naturales, entre otros resultados no deseables. La ciudad se había ido densificando y ganando altura, a pesar de la tradicional desconfianza hacia sus suelos y el recuerdo de los pasados terremotos”.
Luego con el terremoto de 2010, seguido de un destructivo tsunami, que provocó enormes daños en las edificaciones y el borde costero, además de cambios en el relieve y consecuencias sociales imprevistas. Cartes manifestó que “la percepción de destrucción fue agravada por la imagen recurrente, que recorrió el mundo, de la caída del edificio Alto Río. Pero más bien fue la excepción. Sólo siete inmuebles de altura, de unos mil existentes en la ciudad, fueron dañados de manera irreparable y todo, salvo el señalado cumplieron con la expectativa de salvar la vida de sus ocupante”.
La mayor tragedia para la Región, dijo, estuvo representada por el tsunami en bahías como Dichato, Talcahuano o Llico en que el mar entró de forma muy destructiva, arrasando las calles, el puerto y los cultivos marinos. Allí se produjeron las mayores muertes”, comentó.
El historiador recordó que una de las situaciones más lamentables, junto a la pérdida de vidas humanas, fue el llamado terremoto social, con el saqueo de propiedades públicas y comercios, ocurrido en Concepción, Talcahuano y otras localidades, a penas concluyó el movimiento telúrico.
Agregó que la inadecuada reacción de las autoridades, que dieron señales equívocas sobre la inminencia del tsunami y que declararon Estado de Catástrofe de manera tardía contribuyeron a agravar los daños personales y los efectos antisociales. “Este es un aspecto a prevenir y mejorar frente a futuras contingencias”, acotó.
Resilencia y aprendizaje
“Estábamos con mis compañeros, celebrando un cumpleaños en el departamento de una amiga en el piso 17 cuando vino el temblor fuerte. La mayoría de mis amigos se asustaron mucho. Los papás nos vinieron a buscar y la fiesta que era hasta las 12.30 terminó antes”, dijo Esperanza Cifuentes, de 13 años.
Ante este tipo de situaciones, para Loreto Villagrán, académica del departamento de Psicología de la Universidad de Concepción, siempre hay que pensar desde la visión de la gestión del riesgo, sobre todo, en el caso de la niñez, pues constituyen buenos momentos para prepararse para futuros eventos, no sólo en términos de tener información concreta, sino también desde el punto de la sensibilización que pudiera tener en la salud mental vivir una situación de desastre.
Agregó que independiente que las personas desarrollen o no un trastorno, todas tienen un impacto en su vida al vivir un desastre. “Cuando los impactos son colectivos y negativos se habla de impacto psicosocial, que es la herida que se da en una sociedad o comunidad que ha vivido un evento”, explicó la profesional.
Agregó que “esto se refleja fundamentalmente en la aparición de conflictos desconfianza, miedo en la relación con otras personas. Esto también lo podemos evidenciar ahora con lo que pasó en la pandemia en que la vuelta a la normalidad o la presencialidad en las relaciones sociales no se han retomado de la misma manera. Muchas personas reportan que las relaciones están mucho más tensas porque la gente, en general, anda mucho más tensa o estresada. Lo más probable es que todas esas personas no tengan un diagnóstico o un trastorno de salud mental, pero efectivamente sí existe un impacto en su salud mental y en su bienestar”.
También existen impactos positivos, que van por una línea paralela con los negativos, aseguró la profesional. Indicó que uno de estos puede ser desarrollar resiliencia o crecimiento post traumático, pues las personas tienen la capacidad de aprender de ellas y que les sirven para próximos eventos.
Villagrán dijo que en materia de terremotos o situaciones complicadas se deben desarrollar más los canales de comunicación y de información, “porque algo que se vio en el terremoto y también en pandemia es el tema de las teorías conspirativas y de las fake news, pues las personas usan como medio de comunicación confiable las redes sociales, lo que genera un problema cuando no hay información clara de parte de las autoridades. Ahí se tienen que hacer más esfuerzos y eso es un aprendizaje que debería ya comenzar a gestarse como una solución”, complementó.
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