Club Aéreo Universidad de Concepción: 75 años de viajes e historias
Crédito: Dircom
El Club nació como iniciativa de estudiantes y profesores universitarios y hoy mantiene un fuerte lazo de cooperación con la UdeC y con la comunidad, siendo el traslado de vacunas contra la Covid-19 una de sus últimas demostraciones.
Fue el 28 de agosto de 1946 que un grupo de profesores y alumnos de las facultades de Ingeniería y Derecho se reunieron para fundar el Club Aéreo Universidad de Concepción. Era rector Enrique Molina Garmendia, quien fue también su presidente honorario.
Muchas historias y generaciones han pasado desde entonces. Los pilotos del Club han contribuido al desarrollo de la aviación civil en Chile y han apoyado labores importantes como el transporte de ayuda humanitaria o de vacunas contra la Covid-19.
Traslado de vacunas/Club Aéreo UdeC
El Club Aéreo se ubica a un costado de la pista del Aeropuerto Carriel Sur de Concepción. Cuenta con cuatro aeronaves, dos de instrucción (Cessna 150) y dos Cessna 172 y cerca de 30 miembros activos. Muchos, ligados de una u otra forma a la Universidad de Concepción. El hangar del club tiene en letras grandes el nombre de la institución y el escudo, algo que ven los cientos de pasajeros que llegan o salen de la ciudad desde este terminal.
Si bien se trata de una institución independiente, en sus inicios mantuvo una estrecha relación con la Universidad. No solo el rector Molina fue miembro honorario; también lo fueron los rectores David Stitchkin, Ignacio González y Edgardo Enríquez. Por ese vínculo, muchos de sus miembros o sus hijos e hijas pasaron por la UdeC y además, ofrecen un descuento en el curso a sus funcionarios y estudiantes.
Uno de los miembros más antiguos es Alberto Foppiano Bachmann, profesor emérito del Departamento de Geofísica, quien es piloto desde 1967. “Lo mío fue una pasión juvenil. Supimos un día por la radio de un festival aéreo en Chillán. Nos fuimos con un amigo en bicicleta muy temprano y logramos entrar. Ahí dije, algún día haré el curso y cuando me vine a la Universidad lo primero fue buscar un club. Para mi, hacer el curso solo fue posible porque la Universidad era gratis, y cuando fui alumno ayudante me pagaban bien. Sin esas dos situaciones no habría sido nunca piloto”.
Escudo universitario en los aviones del Club
El presidente del Club y miembro desde 1972, Ricardo Burgos Smith, comparte esa vivencia. Dice que de niño vio una película que le inspiró para ser piloto. Hizo el curso en Melipilla y luego se trasladó a Concepción. Desde entonces ha sido instructor de muchas generaciones. “Varios de ellos son comandantes de naves comerciales, o tienen trabajos relacionados con el área. No recuerdo el número exacto de alumnos, pero son varios y siempre se crea una relación muy bonita entre instructor y alumno”.
Algo que complementa Ramón Lisperguer Pozo, piloto desde 1999. Fue alumno de Ricardo Burgos, y señala que “la relación entre alumno e instructor se genera un lazo muy íntimo de confianza. Se parte de cero y tienes que confiar en quien tiene los conocimientos. Eso crea un vínculo y uno como alumno jamás deja de apreciar la labor del instructor, porque nunca terminas de aprender. Aprender a volar es maravilloso y eso se lo debes al instructor”.
Viajes e historias
Son muchas las horas de vuelo que se acumulan durante la vida de un piloto. Si bien la mayoría de los miembros son hombres, el Club tuvo a la Dra. Marcela Rocha como una de las primeras mujeres, mientras que Valentina Soza es una joven miembro del grupo, que además tiene licencia para pilotar helicópteros.
Otro de los miembros recientemente incorporados es Joaquín Gutiérrez Alzamora. Es estudiante del Doctorado en Recursos Hídricos y Energía de la UdeC y miembro del Club desde 2017. Para él, la experiencia no solo se adquiere en el aire. “Los pilotos más antiguos nos transmiten todas sus historias. Hay un espacio que llamamos ‘horas de losa’, que es todo el tiempo que pasamos conversando y escuchando”.
Miembros del Club frente al hangar
Entre muchas historias, está la del piloto Alberto Romero Sánchez, quien es miembro desde 1975. Es de Puerto Montt, y recuerda un viaje que pilotos de esa zona hicieron al Cabo de Hornos, por la década de 1960. “Cuando volvieron estaban tan entusiasmados que regalaron una beca”. Alberto ganó la beca, se convirtió en piloto, y en 2017 hizo la travesía Concepción- Cabo de Hornos. Con una dificultad especial: solo voló sobre territorio chileno, cuando la mayoría de los viajes se hacen atravesando hacia Argentina. “Fueron 27 horas, desde Concepción- Puerto Montt- Coyhaique- Presidente Ibáñez- Punta Arenas y de ahí sobrevolar el Cabo. El último tramo demoró cinco horas y cuarto y la autonomía del avión era de seis horas, así que fue justo”.
Otro viaje memorable fue el de un grupo de pilotos a Puerto Madryn, Argentina, en 2015. “Fue enriquecedor como experiencia. No es menor cruzar la cordillera en monomotor. Los pilotos de allá estaban sorprendidos porque nuestros aviones son de ala alta y en general, para volar con el viento de la Patagonia se usan de ala baja. Todos nos preguntaban cómo habíamos llegado”, recuerda Ramón Lisperguer.
Planificando el viaje/Club Aéreo UdeC
Otro aspecto destacado es la ayuda que han prestado ante emergencias: traslado de enfermos y vuelos de vigilancia forestal, vuelos científicos a las islas Mocha y Santa María después del terremoto de 2010 y en mayo de este año, los pilotos trabajaron junto a la Seremi para transportar vacunas hacia distintos lugares de la región.
A eso suman el orgullo de llevar el nombre universitario. Tanto así que en 2019 realizaron un vuelo en formación sobre el Campus Concepción, como parte de la ceremonia de bienvenida de la Generación Centenario. Así, además del hangar con el nombre de la Universidad, los aviones del club también tienen los colores institucionales de la UdeC y el escudo, llevando los emblemas a todos los rincones donde aterricen sus pilotos.
Alberto Foppiano, quien está recopilando sus experiencias de 54 años de vuelo, dice que la magia de ser piloto es que siempre hay una sorpresa. “Hace pocas semanas vine a volar solo, y por lo mismo el instructor (Ricardo Burgos) me acompañó. A pesar de haber volado bastante en mi vida, esa experiencia sigue siendo enriquecedora. Uno aprende incluso después de más de 50 años”.
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