«La emoción que funda lo social como la emoción que constituye el dominio de acciones en el que el otro es aceptado como un legítimo otro en la convivencia, es el amor» (Maturana, H., 1992, p. 24).
Encontramos en la obra Emociones y lenguaje en educación y política lo siguiente: “(…) el lenguaje como dominio de coordinaciones conductuales no puede haber surgido en la agresión que restringe la convivencia, aunque una vez en el lenguaje podamos usar el lenguaje en la agresión (…) no es la razón la que nos lleva a la acción sino la emoción” (1992, p. 21). Traer a colación acá a Humberto Maturana es un pequeño homenaje y a la vez, ofrecer un pretexto teórico para ensayar un poco sobre lo que votamos este 15 y 16 de mayo.
Si nos fijamos en el acto de votar se cruzan dos asuntos: elegimos descartando en un proceso dirigido en su base por una carga emocional que, entendida como matriz, se instala en el núcleo del discernimiento dando pie a la construcción de argumentos a favor o en contra de tal o cual opción. La redacción tiene el interés de volver creíble la elección; creíble no solo respecto de la comunidad que daría fe de aquello al aceptar el argumento, también respecto de uno mismo que confió en que el discernimiento fue bien conducido, vale decir, tiene peso de prueba racional e histórica. En todo interviene una emoción que lleva al compromiso de realizar el acto de sufragar. Votamos y lo hacemos desde perspectivas personales, colectivas, culturales y, además, con expectativas puestas en quienes pensamos y, sobre todo, sentimos, reúnen las condiciones humanas más allá de las mínimas para realizar la tarea de pensar la realidad de mejor forma. En fin, todo un juego que se cruza con la carga emocional que lleva y trae un acto como el votar.
El asunto que las emociones no son neutras, y en tiempo del sufragio con tanta o mayor fuerza. Lo que la razón construye como argumento para optar por alguien se da a partir de un acto emotivo inicial, el cual crece desde el lenguaje en uso: si es agresivo la emoción de respuesta será desde la desconfianza hacia aquel al cual apunta el lenguaje vestido de agresividad, o simplemente sobre el emisor del mensaje; si por el contrario es amistoso, tolerante, la emoción será en consecuencia confiar en donde subyace la eliminación del temor al otro u otro. Desde ambos casos, desconfianza o confianza, por efecto se ingresa en una temporalidad que se enlaza con un vínculo de carácter político que concluirá en un nuevo Contrato Social. Éste, de manera inédita, original sin duda, será una arquitectura cuya materialidad es puesta por todas y todos mediante un hecho de circunstancia que dura lo que dura marcar la preferencia: en este se traduce el encargo a una persona de mis sensaciones, emociones y razones que pido se recojan en el texto. Mecanismo simple por el cual la persona elegida adquiere legitimidad de ingreso, pero no necesariamente de proceso, pues la puede perder si traiciona intereses individuales y colectivos.
Se trata de un cargo traspasado por el acto de votar, acto que da legitimidad a la acción de representarme en una discusión propositiva no —al menos es mi parecer— reactiva. Lo reactivo ya ocurrió, ahora entramos en el juego de proponernos una comunidad humana distinta más no plenamente diferente a la que hemos vivido, pues no se trata de desechar tradiciones, sino leerlas bajo el tamiz, diría con toda plausibilidad Maturana, el amor. Sentimiento de base que enriquece la eticidad de la vida en lenguaje de Giannini, lo cual vuelve plausible sostener una necesaria “moralidad vecinal” (Gardner, H., Verdad, Belleza y Bondad reformuladas. La enseñanza de las virtudes, 2011), como lugar de reflexión y diálogo en tiempos convulsos.
Columnista(s)
Dr. Rodrigo Pulgar Castro
Director del Departamento de Filosofía
Facultad de Humanidades y Arte
Universidad de Concepción
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