Crédito: Archivo
Es necesario hablar respecto de lo que estamos sintiendo en función de nuestra propia realidad, como niños y como adultos.
No cabe duda. Todas y todos estamos temerosos por todo lo que observamos diariamente en esta nueva realidad de coronavirus. Y no solo es la pandemia, también las catástrofes mundiales y el ajetreo social nos hace sentirnos inevitablemente asustados y llenos de incertidumbre a los adultos; pero ahora imagínense como deben de sentirse nuestros niños y niñas, aquellos de verdad importan, en estos tiempos.
Claramente todo ha cambiado. El hogar ha cambiado. Vemos en cada espacio familiar una serie de cambios que nos hace reflexionar en torno a cómo encontrar la mejor manera de convivir en familia ante un convulsionado Chile de adoloridos ciudadanos.
Al conversar, por ejemplo, aquello relacionado con la comprensión del fenómeno, los más pequeños como Martín Contreras, quien se inicia en la educación básica, nos dice: “Estoy asustado, porque el coronavirus es un monstruo de dientes largos (…) hay que cerrar todo, todo, porque es grande como toda la playa” (de la caleta donde él vive)”.
También está María José Alarcón, una preadolescente bastante madura, que se refiere al virus mortal con mesura, pero bastante crítica respecto a su realidad hogareña y escolar: “¡Todo es muy cansador! Hacemos más clases, pero encuentro que no deberían enviar tareas para hacerlas solas, deberíamos hacerlas en línea con la profesora, como en clases normales y sería bueno que dieran más de 10 minutos de recreo, porque no alcanzo a ir al baño y ya volvemos a clases, termina la clase y comienza la otra al tiro. ¿Porque nos pusieron más horas? Lo único bueno es que podemos estar calentita, tomarnos un tecito y no mojarnos bajo la lluvia (…) lo malo que no podemos ver a nuestros familiares”.
Así, ellos reflejan sus necesidades y debemos releer sus mensajes, ayudando a entender la importancia de mantener una rutina pedagógica en el seno de su hogar, para realizar trabajos, empatizando y cooperando, que permiten aprender de manera entretenida y con otros, con un sentido de entrega y pertenencia al grupo, desde una pedagogía que, a pesar de ser digitalizada, también puede ser relacional, puesto que requieren socializar y aprender más y mejor junto a otros.
“Estamos en cuarentena, pero igual vamos al colegio virtual y eso es más difícil, porque es complicado estar con la gente y con las compañeras de curso, andamos más flojitas y a mí gustaría andar con pijama todo el día. Yo diría que sí se aprende, pero mucho menos (…) y leer los libros es un poco más complejo, no lo podemos comprar ni pedir en la biblioteca porque si lo vamos a buscar hay siempre riesgo de contagio”.
Los niños y niñas también son empáticos con sus profesores y profesoras, y muestran un gran interés humano preocupándose de la salud física y mental de sus maestros.
“Pienso los profesores están estresados según yo, están nerviosos, como todos, yo lo sé porque tengo una mamá profesora y está estresada, lo veo, porque le aparece la soriasis y a veces le duele la cabeza…todos estamos estresados con ganas de salir a la calle, andar en bici, hacer deporte y correr”.
Es necesario hablar respecto de lo que estamos sintiendo en función de nuestra propia realidad, como niños y como adultos, mostrando diversos escenarios de actuación al asumir las funciones tanto educativa como recreativa, sin descuidar el sueño como necesidad humana básica para aprender y vivir lo mejor posible, poniendo el humor del bueno, como estandarte personal y colectivo.
Columnista(s)
Dra. Lilian Narváez Prosser
Jefe de Carrera Educación Parvularia
Facultad de Educación
Universidad de Concepción
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