En la última década, los suelos rurales han sido reemplazados por un desarrollo inmobiliario generando consecuencias tanto para el medioambiente como para la gestión territorial. La falta de normativa y planificación territorial multiplican los riesgos de la fragmentación ecológica. La venta de parcelas de agrado en los últimos años, especialmente durante la pandemia, ha aumentado, generando un problema medioambiental. Investigaciones como El impacto de las parcelas de agrado en Chile, desarrollada por el Centro de Estudios de Ciudad y Territorio (CECT), informan sobre sus consecuencias.
Según la investigación, existen más de 350.000 parcelas, sin considerar los terrenos que están en venta y que aún no han sido construidos o subdivididos. La compra de espacios rurales influye directamente en los bosques nativos y en la biodiversidad presente en ellos.
El académico del Departamento de Derecho Económico de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Concepción, Dr. Óscar Reicher Salazar, aseguró que en el país existe un problema de fiscalización, debido a la falta de una normativa que establezca y regule los límites.
“Chile carece de un ordenamiento territorial que permita tener claridad sobre cuáles son los usos permitidos, no permitidos y las condiciones para desarrollar las actividades. En los últimos años se ha intentado suplir esta carencia mediante instrumentos como el Plan Regional de Ordenamiento Territorial, que aún no entra en vigencia pese a estar establecido en la ley desde el año 2018”, explicó el Dr. Óscar Reicher.
En ese sentido, “urbanizar el campo implica reemplazar un sistema vivo y conectado por un mosaico discontinuo de pequeños recintos privados sin capacidad ecológica”, señaló la académica del Departamento de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía (FAUG) de la UdeC, Dra. Paulina Espinoza Rojas.
El impacto de las parcelas de agrado al medioambiente y biodiversidad
Como indicó la académica del Departamento de Geografía de la FAUG, Dra. Andrea Mónica Ortiz, la conectividad del paisaje es de gran importancia para que la fauna y la flora puedan desplazarse, una característica que se pierde al establecer los límites entre parcelas.
Tener un prado o un bosque abierto es de gran importancia para el desarrollo de las especies nativas y la conservación de los recursos naturales. No obstante, con la fragmentación del territorio se impide que “los animales puedan alimentarse, buscar lugares para vivir y encontrarse con otras especies. Eso es importante para la biodiversidad”, aseguró la académica del Departamento de Geografía.
“El modelo de parcela de agrado rompe la continuidad de los hábitats, interrumpe corredores biológicos y multiplica los bordes entre usos, favoreciendo la instalación de plantas exóticas y degradando la vida nativa. En términos ecológicos, se ven afectados procesos como la producción y regulación hídrica, o la polinización; se altera la estructura funcional del territorio”, enfatizó la Dra. Paulina Espinoza.
Además, esta fragmentación genera pequeñas islas, lo que a su vez produce una presión sobre los remanentes de flora y fauna de la zona. En consecuencia, las especies que habitan estos espacios quedan aisladas, sin posibilidades de migrar y desconectándose del resto del área.
“Así que estamos creando estas islas de biodiversidad, en vez de tener una zona protegida más amplia debido a la presión urbana (…). Como consecuencia, afectamos la salud y el tamaño de las poblaciones nativas en estas áreas tan pequeñas. Por lo tanto, la solución o la propuesta sería mejorar la conectividad del paisaje”, aseguró la Dra. Andrea Mónica Ortiz.
La falta de planificación y proyección del futuro
En la actualidad, el mercado inmobiliario está vendiendo la idea de “eco parcelas” para que las personas puedan acercarse a la naturaleza. Si bien puede ser tentadora, trae consigo varias carencias: la falta de conexión la red hídrica, energética, problemas para la recolección de basura o las aguas servidas son algunas de ellas.
Adicionalmente, la pérdida de suelo agrícola apto para el cultivo por la ocupación de espacios residenciales compromete la seguridad alimentaria futura, debilitando, además, la resiliencia territorial frente al cambio climático.
Por otro lado, según el Dr. Oscar Reicher, el surgimiento inorgánico de las parcelas rurales es producto de la escasa normativa. “Nuestro país distingue básicamente dos tipos de suelo: urbano y no urbano, y la distinción deriva de la existencia de un límite entre las dos”, explicó el académico.
Para comprender mejor este límite y los usos de los terrenos, hay que tener en cuenta que, para los suelos no urbanos, el artículo 5 de la Ley General de Urbanismo y Construcciones, de 1976, permite diversos usos, los cuales se aplican según lo que disponga el propietario del terreno.
A diferencia del suelo urbano, el plan regulador de cada comuna es el que define si una determinada zona puede destinarse a uso residencial, productivo o de equipamiento (malls, hospitales, cárceles, etc.), entre otros. Esto significa que, en las parcelas de agrado, se puede construir una casa o desarrollar otro tipo de edificación sin mayores restricciones.
“Se deben identificar áreas de valor ecológico y corredores de conectividad que actúen como límites efectivos a la expansión urbana. La coordinación entre los niveles comunal, intercomunal y regional es esencial: sin una gobernanza territorial multiescalar, los instrumentos seguirán siendo reactivamente débiles frente a la presión inmobiliaria”, puntualizó la Dra. Paulina Espinoza.







