Gloria Chávez: “En Los Ángeles, la Universidad ha sido una familia”
Crédito: Archivo Gloria Chávez
La UdeC ha sido parte de su vida desde la infancia. Hoy, después de 41 años, siente que la relación de cariño con la institución ha sido recíproca y espera seguir construyendo nuevos espacios para seguir estando presente después de su retiro.
Gloria Chávez Lagos dice que ha estado toda su vida ligada a la Universidad de Concepción en Los Ángeles. Incluso desde niña, porque vivía en los terrenos donde se construyó el campus, en el año 1962. Le fascinaba ver pasar a los estudiantes y se sabía sus historias y pololeos, según le contó siempre su mamá.
Después de 41 años, y dos hijos profesionales de la UdeC, su balance es positivo. Era 1980 y la hermana de Gloria, que estudiaba Educación Diferencial, le dijo que un profesor buscaba una secretaria. Como eran vecinos, fueron a hablar con él y al otro día ya estaba en una sala desordenada, llena de equipamiento deportivo.
El profesor era Juan Contreras y, el trabajo, hacerse cargo de llevar el orden en el Club Deportivo. “Entré en esa pieza, que hoy es una sala de reuniones que lleva el nombre del profesor. Era un desorden, se les prestaba a los estudiantes desde la ropa, las calcetas, todos los implementos. Yo me llevaba la ropa para la casa y la lavaba en la lavadora de mi mamá”, recuerda Gloria.
Así, de a poco, empezó a organizar todo. Un estudiante que después fue jefe del Servicio de Impuestos Internos, le enseñó a llevar un libro para registrar los dineros que entraban y salían. Hizo un apunte de préstamos de equipo y apoyó al profesor Contreras —a quien apodaban “el loco”— para escribir su libro sobre fútbol.
Todos quienes trabajaban en la UdeC ponían mucho de sí mismos, narra Gloria. “El profesor recibió una donación de madera y con eso hizo una multicancha con gradas, si le donaban pintura la usaba también. Yo me quedaba hasta las 11 de la noche esperando que los estudiantes devolvieran los equipos. Nunca nos importó tanto, si nos decían vengan el sábado, íbamos”.
En sus primeros años en la Universidad (al centro).
Luego de dos años pasó a formar parte de la planta y, desde entonces, ha estado en distintas reparticiones: en la escuela de Educación, en Auditoría, en la Secretaría Académica y en la Biblioteca. Luego fue parte del primer staff de la Oficina de Relaciones Institucionales e Internacionales y hoy trabaja en Extensión. Desde allí organizó el paso de las actividades presenciales a online, y trata de animar a sus colegas a participar.
Porque si hay algo que a Gloria le sobra es motivación. Dice que el año pasado fue positivo en lo personal, porque la obligó a tomar una pausa. Hace unos años falleció su padre y ella se hizo cargo de su madre, hoy de 90 años. Con la pandemia, pudo tener un poco de descanso de las actividades cotidianas, aunque nunca le falta algo para hacer. Ella es de cultivar amistades, tiene grupos del colegio, de las reparticiones de la UdeC donde ha estado y de los campamentos de verano que organizaba la empresa Iansa, donde su papá trabajó toda la vida. Explica que esa capacidad le permite conocer a mucha gente, con lo que siempre puede resolver las tareas que se le asignan. Su espíritu sociable la ha llevado a formar parte de un conjunto folclórico, del comité paritario y del Coro UdeC, que impulsaron en el año 2019 con otras personas interesadas.
“Me he puesto la camiseta por la ‘U’, porque me ha dado todo, pero yo también le he dado todo. Acá siempre hemos sido como una familia. Con mis colegas todas tuvimos hijos más o menos en la misma época, entonces nos ayudábamos. En Auditoría, por ejemplo, hubo alumnos que después fueron profesores y tuvieron auto y nos ayudaban llevándonos con los niños. En Los Ángeles, la Universidad ha sido una familia. Con decirte que cuando me casé invité a toda la ‘U’ a mi matrimonio”, recuerda riendo.
40 años no es nada
Pasaron los años y con ello fue cambiando la fisonomía del trabajo. Cuando estaba en Auditoría, donde trabajó por más de 20 años, los profesores llegaban donde las dos secretarias y les decían ‘¿me puede sacar copias de esta guía?’. Ahí se gatillaba un proceso invisible para el resto, pero que significaba varias jornadas de trabajo. Había que marcar el stencil a máquina, borrar con un corrector fucsia si había errores, llevar al mimeógrafo documentos de hasta cuarenta páginas y luego compaginarlas todas.
“Siempre teníamos manchas de tinta y corrector. Cuando yo llegué a la universidad escribía a máquina con todos los dedos pero después usaba solo dos, porque había que pegarle con fuerza para que el stencil se rompiera. A veces las guías tenían tablas que uno empezaba a hacer y luego no cabían en las hojas, era terrible”, detalla.
El mismo trabajo a mano se hacía cuando estuvo en Secretaría Académica. Debía llevar una ficha de cada alumno, que se guardaban en carpetas colgantes. Ella estaba a cargo de los estudiantes de Auditoría, que en ese tiempo eran unos 600. “A cada alumno se le hacía una ficha, a mano, con el código y créditos de cada asignatura. Al final del semestre se pasaba la nota a esa carpeta. Cuando alguien perdía la carrera se hacían unas planillas de notas muy largas y si un estudiante apelaba cinco veces, había que hacerle cinco informes de notas. Era harto trabajo”.
Ceremonia de 25 años, Gloria Chávez ofreció el discurso (cuarta de izquierda a derecha).
Luego llegaron los computadores y la mecánica de las tareas cambió, aunque tuvieron que aprender muchas cosas nuevas. De todas maneras, dice Gloria, esos recuerdos son parte de una historia que también es la de la institución. Por eso, cuando cumplió 25 años en la UdeC, pidió realizar el discurso en la ceremonia. Era primera vez que una administrativa se presentaba ante sus colegas, ya que antes el discurso solo había sido hecho por profesores.
Allí contó cómo era la vida en la Universidad. “En mi cartera andaba con un papel donde anotaba cosas que se me ocurrían cuando iba caminando, para el discurso. Cuando lo leí ese día, el Rector me dijo ‘este era el discurso que siempre había querido escuchar’, porque conté el relato de lo vivido en la Universidad”, dice y se emociona cuando recuerda ese momento.
Tan ligada se siente al campus y a las personas que lo habitan que ya tiene planes para su retiro: espera organizar un grupo de jubilados y jubiladas del área administrativa. “Hasta el momento existe un grupo de docentes y la Academia Enrique Molina Garmendia, que fue acogida por muchos años y hoy tiene su personalidad jurídica. Ellos organizan cursos de pintura y de idiomas. Algo así me gustaría. Nuestra historia no puede quedar hasta aquí”.
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