Conatus no pretende ser un rasguño crítico hacia una institución que, al dar acogida, zurce como mejor puede el vacío que se produce en el abandono.
La fotógrafa Claudia R. Ormeño ha entregado, con el auspicio de la Dirección de Extensión de la Universidad de Concepción, su reciente producción de 49 fotografías y un espacio sonoro llamado “CONATUS”. Recordemos que este concepto aparece con Baruch Spinoza: filósofo y teólogo del s. XVII que resultará clave para la gestación del pensamiento que llamamos contemporáneo. Dicho en brevedad máxima, El esfuerzo de Spinoza va dirigido a producir una conciencia ética inmanente, la que aun siendo divina pueda funcionar de manera autónoma respecto de la idea de un Dios personal y trascendente, en autonomía por consiguiente de las instituciones en que el filósofo se había formado. Así el conatus visual spinoziano sería un intento de producir una imagen ética y crítica desde la inmanencia, una ética ocurriendo durante el chispazo del acontecer, en un clik de dispositivo fotográfico supongamos aquí. Sin embargo, junto con tal brevedad, se ha de producir una resistencia persistente, afectiva y bella. Y eso puede ocurrir precisamente, con la fotografía, el instante deviene huella visual y perdurable, rastro de luz fijado en el que se transfiere la persistencia de muchos pasados que irán prefigurando futuras recepciones. Como el instante de Spinoza en que su huella, breve pero intensa, perdura ya casi cuatro siglos; y que es precisamente ahora, en este presente, cuando sus conceptos se han hecho más visibles.
La pulsión ética de C.R.O, digamos el clik social que le involucra, es accionado por la historia habitando en los cuerpos de niñas que han sido acogidas o abandonadas en hogares de menores; espacios que, en una primera fase, la fotógrafa recorre prescindiendo de todo dispositivo de registro. Siguiendo con Spinoza, en ese recorrido será su propio cuerpo el que se irá implicando como un lugar de registro bio-espiritual, somatizando en carne y hueso lo que en esas pequeñas mujeres sucede.
Tiempo después, en una segunda visita, vendrá la etapa propiamente fotográfica del proceso, fase acuciosa en que la artista tendrá especial cuidado en no registrar cuerpo alguno, evitando así toda obviedad exhibicionista o instrumentalización denunciatoria. Significativamente es en esa ausencia de cuerpos en donde se origina la elocuencia más intensa, acogedora y emotiva de su arte.
La posterior edición fotográfica será lo que ordenará el relato de las huellas visuales, sonoras y temporales registradas y será ese flujo ordenado el que hará sentir la presencia de niñas cercanas, pero lo bastante alejadas, como para dar cuenta de su intensa ausencia brillando en la pulcra penumbra de un interior. Conventual casi. Se puede percibir sus rastros en el estante que guarda los platos ya limpios, en los suelos resplandecientes de sus dormitorios, en las prendas secándose al sol, en fin, en algún juguete que, aunque inerte, espera por su compañera de juego.
El proceso se concluye con la inclusión de sonido. Tan discreto como las imágenes, el audio en off completa el factor fantasmal de una fisura espacio-temporal por la que se precipita cada presente. Entonces el eco de un murmullo o el ritmo de una gota de agua que cae será el metrónomo que marca el tempo de la ausencia. Así también el silabeo de una niña aprendiendo a leer aporta con la sensación de que en dicha fisura se teje una esperanza.
Por lo dicho, CONATUS no pretende ser un rasguño crítico hacia una institución que, al dar acogida, zurce como mejor puede el vacío que se produce en el abandono. Trata, en cambio, desde el arte de la luz: constatar y compartir carencias, incluso las que subsisten en nuestras más íntimas soledades.
Columnista(s)
Dr. Edgardo Neira Morales
Profesor emérito
Departamento de Artes Plásticas
Universidad de Concepción
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