María Angélica Mondaca: la vida en la UdeC de una científica emérita
Crédito: Archivo personal María Angélica Mondaca
Desde pequeña quiso ser científica y su trayectoria superó con creces sus expectativas. Estuvo más de 50 años dedicada a la microbiología, combinando el cuidado familiar con el de su laboratorio, en una época en que las mujeres en ciencia eran aún más escasas.
Profesora emérita de la Universidad y madre de tres hijos, María Angélica Mondaca Jara fue la primera doctora en Ciencias Biológicas titulada en la UdeC. Dedicó toda su carrera a estudiar las interacciones de las bacterias —primero en cuanto a resistencia a los antibióticos y luego en el medio ambiente—, siendo reconocida como experta en la materia.
Entró a estudiar al Propedéutico de la Universidad, en 1967, una experiencia similar al Bachillerato, en la que todos los estudiantes interesados en un área tenían un año común. Tras ello, desarrolló su carrera como Bioquímica, hizo una estancia en la Universidad de Gales, participó en múltiples congresos, capítulos de libros y proyectos.
El último de ellos, un Fondef IDEA por 100 millones para la obtención de nanopartículas de Selenio, utilizando bacterias resistentes a Seleniato destinadas a la prevención de enfermedades, entre ellas, el cáncer de próstata. Fue directora del Departamento de Microbiología de la Facultad de Ciencias Biológicas por ocho años y formó parte de diversas comisiones administrativas. Hoy, trabaja en un libro sobre su último tema de interés, la relación entre la microbiología y la minería. Específicamente, la interacción que se produce entre las bacterias y los minerales.
María Angélica en primer año de Universidad (primera a la izquierda) | Archivo personal
Pero antes de todo eso, María Angélica fue desde niña una persona curiosa e interesada por la ciencia. Cuando tenía siete u ocho años, una tía la llevó al cine. “Antes daban unas noticias y vi a una señora mirando por un aparato y con un delantal blanco. Era un microscopio, yo no lo sabía en ese tiempo. Pero me fascinó y dije, ‘eso quiero ser’”. De esa época, recuerda otras de sus preocupaciones: quería enviar una carta a Houston, Texas, para ser astronauta. Y estaba decidida a donar sus órganos una vez que falleciera. Intereses diferentes para una niña que fue la primera de su familia en ir a la Universidad, en una época en que muy pocas mujeres ingresaban a carreras científicas.
En el laboratorio | Archivo personal
Su interés por la Química y la Biología, sin embargo, la llevaron a perseverar. Siempre fue la mejor estudiante en estas áreas en el colegio, tanto así que su profesora de enseñanza media y primera maestra, Amanda Guillén, se transformó con los años en su amiga. Ya en la Universidad, desde el segundo año de carrera, empezó a trabajar. Y no paró en poco más de 50 años.
En 1973 la contrataron a jornada completa. Un año difícil, en el que cambiaron muchas cosas y que ella grafica con una historia. “Ya estaba en el Departamento de Microbiología y tenía buena relación con algunos profesores, entre ellos uno brasileño, de apellido Sampaio, que se vino de Brasil también por la dictadura. El año 73 lo tomaron detenido, lo llevaron al Estadio y le dieron un plazo para abandonar el país. Yo lloré mucho cuando vino a despedirse. Me dijo ‘no llores por mí, llora por ti y por el pueblo chileno, porque esto es largo’. Nunca me olvidé de sus palabras”.
Ciencia y mujeres
En un mundo dominado por hombres, era difícil hacerse un espacio. Al poco tiempo, comenzó su interés por seguir estudiando. Como no había postgrados aún en Concepción, miró hacia el extranjero. “Hablé con el director de ese tiempo y me dijo ‘usted es muy joven’”. Al tiempo después insistió, y tuvo la misma respuesta. En eso se abrió el Magíster en Microbiología, en el año 75, y en su entrevista le plantearon que la duda que tenían para dejarla ingresar era que podía embarazarse.
Finalmente ingresó, se embarazó, tuvo a su segunda hija y terminó el magíster, todo junto. Unos años después, ya cumplidos los 40, llegó una gran invitación: una estancia con el doctor Joseph Fry en Gales, Reino Unido, para estudiar microbiología ambiental. “Cuando fui a pedir permiso, pregunté directamente ‘¿hasta cuándo voy a ser joven?’”.
Esa estancia de tres meses, realizada en 1989, cambió la visión que sus pares tenían de ella. “Me recibieron como reina, me preguntaban qué opinaba de ciertos proyectos, me valoraron mucho más. Yo no entendía, porque encontraba que era la misma persona”. Eso en un contexto en que la falta de mujeres en ciencia, un tema que hasta hoy continúa existiendo, no era tópico de conversación. “Las mujeres teníamos que demostrar que éramos capaces, y para eso había que trabajar mucho más, hacer más cosas. Te exigían más del 100%, uno tenía que trabajar el 130%”.
La profesora Mondaca en Gales, 1989 | Archivo personal
Su experiencia en Gales también le hizo dar un giro en su investigación. Pasó de la microbiología clínica y la resistencia a los antibióticos a la microbiología ambiental a instancia de otro de sus maestros, el profesor Raúl Zemelman, entrando de lleno en el estudio de los contaminantes en las aguas y la forma en que las bacterias podían eliminarlos. Eso la llevó a participar en grupos de estudio internacionales y congresos, en un tema que comenzó a ser cada vez más relevante. Colaboró con investigadores de otras reparticiones, como el EULA, y, en el último tiempo, desarrolló un curso para postgrado para el Magíster en Metalurgia, donde introdujo el estudio de microbiología y minería.
Su trayectoria, explica, es lo que le hace sentir un gran amor por la Universidad.
“Me apegué a la Universidad porque me gustaba mucho estudiar. Me dio la posibilidad de trabajar en los temas que yo quería. Empecé a estudiar las bacterias y diría que me enamoré de las bacterias, y también de la Universidad. Valoré mucho el trabajar en la Universidad sin ser hija de médicos o abogados, siempre me sentí acogida y me abrió las puertas. Puede que suene exagerado, pero muchas veces me ofrecieron trabajo en otras universidades y siempre dije que no. Me sentía en deuda con la UdeC porque me dio la oportunidad de estudiar y trabajar. Creo que fue justa conmigo”.
Eso y la posibilidad de que sus hijas estudiaran, son algunas de las cosas que destaca de su relación con la Universidad. Un lazo que incluía los paseos del domingo, en los que “mientras ellos paseaban, yo me arrancaba a ver mis ‘tubitos’, les hacía un cariñito a las bacterias. A veces venían ellos también. Si tenía que ir el domingo en la mañana íbamos todos, siempre estaban cerca de mí. Y se cumplió mi sueño de mirar por un microscopio”.
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